Derecho de admisión

Siempre que el criterio se fundamente en condiciones bien definidas e indicadas (para acceder o permanecer en el establecimiento de turno), el titular del local se reserva la atribución de permitir, o no, que alguien entre o esté en su negocio. Así la cosa, lo suyo es reflejarlo de forma visible -debidamente expuesto- para que los requisitos exigidos para acceder a un restaurante, bolera, pub, billar, cafetería, discoteca, bar, terraza, karaoke, cine, salón de baile o cualquier establecimiento -hasta el infinito o más allá- sean aplicables a quienes pretendan entrar aquí o allá. Así ha sido siempre, y puede seguir siéndolo. Y es ahí, en el derecho de admisión, donde está la tecla que puede ponérselo difícil a quienes, rezagados o negacionistas, tanto da, están protagonizando la pandemia de los no vacunados, como la han bautizado, sin tapujos, ni paños calientes, en Alemania. Dados los precedentes, no merece que los gobiernos (derrotados con reiteración en los juzgados) lideren la criba, el corte que debería pasarse para poder acceder a los locales, a la vida, a la normalidad. Otros tienen que dibujar en el suelo la línea que, para volver a impulsar la vacunación, permita hacer distinciones entre vacunados y no vacunados, y deben ser los titulares de los establecimientos quienes, acogiéndose al derecho de admisión, valoren, definan y publiciten que a su negocio no se puede entrar descalzo, con una camiseta de baloncesto, en bermudas, sin el certificado COVID, cargado, fumándose un trombón de marihuana, oliendo a comida podrida, pasado de vueltas o agresivo. Si algo hay que hacer, bueno será que la cuenta la paguen los que no se han vacunado. Si rezagados y negacionistas están metiéndonos otra vez en el bucle de las estadísticas de contagios y presión hospitalaria -que no describe una ola, ojo, solo un repunte- que el pato lo paguen ellos, no los vacunados. Vuelven los tambores. Regresan los cenizos. Renacen los apocalípticos. El Gobierno canario ya baraja volver a los test en los aeropuertos, la bombilla les dice que fiscalicen por aire, pero no por tierra o mar, los vuelos sí, pero no las bodas, será que contagia más el godo que el novio -¿acaso tiene sentido testar en un contexto de normalidad imparable solo a quienes se suben al avión?-. Ni bodas, ni aeropuertos, ni volver a hacernos trampas al solitario con restricciones absurdas. Si el cuerpo les pide hacer algo para que parezca que están haciendo algo, derecho de admisión, pónganselo difícil a quienes no se han vacunado, y dejen vivir al resto.

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