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Juan José Cabrera lleva 50 años vendiendo castañas en Santa Cruz

En la plaza del Príncipe se ubica el puesto de este chicharrero, que, a sus 83 años, afirma que adora su oficio, aunque reconoce que “es difícil que se mantenga en el tiempo”
Juan José, preparando castañas para venderlas en su puesto de la plaza del Príncipe.. Fran Pallero

Este año parece que el invierno ha tardado algo en llegar. Ha sido ahora, en noviembre, cuando se ha notado una ligera bajada de las temperaturas, y cuando los puestos de castañas se han instalado en las céntricas calles de Santa Cruz. Es la imagen, la de los kioscos, y el olor a castañas asadas, lo que realmente nos recuerda que la Navidad está cerca.

Hasta 17 puestos son los que se reparten por la ciudad. Los hay instalados en el entorno de la Rambla, o el de las plazas de la Paz, de España o del Príncipe, muy cerca del conocido monumento al Chicharro. En este último lugar se encuentra Juan José Cabrera, un vecino de Santa Cruz, de 83 años, que lleva más de 50 vendiendo castañas en la zona. Cuenta a DIARIO DE AVISOS que este año “las que tengo son castañas del Sur, de Arafo.

Están buenas porque son las primeras. Ha sido una buena temporada, un buen año, pero la verdad es que se nota poca gente”. Es la sensación que tiene Juan José, que asegura que “por el momento hay poco movimiento por las calles de Santa Cruz”.

Dice que las castañas “se van vendiendo poquito a poco” y que hay días que cuesta más que otros. “Hay jornadas que sacas un sueldito, pero otras no vale la pena ni abrir. Estás aquí por los años que llevas, por mantener la tradición. Vienes y tiras para adelante, pero son muchas horas las que dedicas. Estoy de cuatro de la tarde a nueve de la noche, de lunes a domingo. No hay días de descanso. No puedes permitirte el lujo de no abrir un día si lo que quieres es vender algo”.

Estará hasta Navidad, momento, más o menos, en el que estima que se le acabarán las castañas, porque asegura que solo vende “castañas de aquí, de la tierra”.

Lo de jubilarse no lo contempla. Se ríe y pregunta qué es eso. “Esto es una costumbre que tiene uno ya desde hace mucho tiempo. Siempre ha sido un alimento básico, se ha vendido y se ha comido. La verdad que es algo que no pienso. Estaré hasta que tenga salud y hasta que el cuerpo aguante”, manifiesta.

Cuenta que él es el primero de su familia que vende castañas, pero que, por lo general, suele ser una tradición familiar: “Hay gente que lleva toda la vida, más años que yo incluso. Los puestos suelen pasar de padres a hijos. Por eso, si ves que ahora los kioscos los lleva gente joven es porque son familiares de los que empezaron. Ya quedamos pocos de los de siempre”.

Para Juan José, asar castañas “es un trabajo sencillo”, que “no tiene mucha ciencia, pero que requiere un poquito de esmero y algo de cariño”. Cuenta que solo “hay que aprender a darle el puntito a la castaña, porque, según la fuerza del fuego, la tienes asada en dos, en cinco o en diez minutos, pero que es algo que se aprende rápido”, que cualquiera que se ponga “lo saca rápido”.

Aunque parezca una broma, a Juan José las castañas no le hacen “mucha gracia”. “Me harté tanto, comí tantas durante tantos años que las terminé aborreciendo”. Eso sí, cree que, aunque “guisadas con matalauva están buenas, asadas quedan mejor, son mucho más sabrosas”.

Juan José tiene la licencia a su nombre para poder vender, pero suele estar acompañado en el kiosco por su nieto o por su hija Cande. Esta comenta a DIARIO DE AVISOS que vender castañas es lo que le da vida a su padre y que lo suele acompañar para que no esté solo toda la tarde, además de por una cuestión de seguridad.

“Lo hago para que no esté solo, aunque él se apaña muy bien, está muy bien para la edad que tiene. La gente mayor como él pasa mucho tiempo sola en casa, y después de la pandemia más. Mi padre necesitaba esto. Era necesario que este año también saliera a vender castañas. Además, aunque él no lo reconoce, no hay quien le quite lo de las castañas, le gusta, le encanta desde siempre”.

Cande explica que cuando su padre falte quizás coja el relevo y empiece a abrir el puesto “para no perder la tradición”. Y no porque realmente le dé para vivir, sino porque “es algo que llevo viendo desde que era pequeña y me daría pena que se perdiera”.

Mientras hablamos se acerca algún grupo de gente joven a comprar. También una niña con su abuela. La joven dice en alto que las que compró el otro día “estaban muy ricas” y Cande le responde que “sí, que como son las primeras, son las mejores. Y que por eso también son un poquito más caras, pero que vale la pena comprarlas”. El cartucho de siete castañas lo venden a un euro. Siguen envolviéndolas como siempre, en un cartucho de papel.

“Aunque ves que se acerca gente, es muy poca. Hay tardes muy muy flojas, pero espero que la situación mejore de aquí a Navidad, que es cuando la gente cobra las pagas dobles y cuando se sale a comprar los Reyes. Además, con toda la situación de la pandemia, la población está insegura. Todo se ha puesto muy caro y esto se ha notado mucho en el consumo. La gente está ahorrando”, subraya.

Una tradición, la de vender y comprar castañas, que se traslada de padres a hijos, y que, por ahora, perdura en el tiempo.

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