por qué no me callo

La silla de Penélope

El lanzallamas de Yolanda Díaz en el teatro valenciano, donde invocó a los votantes situados a la izquierda del PSOE, alcanza a Unidas Podemos y se propaga por toda la multivariada familia del comunismo crepuscular. Cien años después de la fundación del PCE, está naciendo una plataforma, todavía embrionaria, que amaga con hacer una política distinta, basada en los cuidados, el feminismo y la ecología, señales de otra identidad, de otros derechos y otras premisas.

Donde ayer era la lucha de clases, ahora es la lucha de género, la Pasionaria refutando a Carrillo, y los mimbres del nuevo espacio son “un tsunami feminista imparable”, como diría Mónica García, de Más Madrid, y los salvavidas al empleo de la ministra del ramo durante la pandemia como leit motiv. Hacer una “política bonita”, corean Díaz, Colau, Oltra, García y la ceutí Fátima Hamed, puede resultar inconsistente, pero el río suena y agua lleva.

Yolanda Díaz se suma a la ola de las mujeres que se empoderan en la política española. Es la heredera de Pablo Iglesias, pero no regenta su partido, al que ignora; en realidad, inventa una política sin siglas, cuyo nombre natural sería el partido de Yolanda Díaz. Como Ayuso en el PP, enarbola la bandera de otro estilo de hacer frente a la tradición varonil del líder. En Alemania se está marchando Merkel, que ha sido la lideresa de Europa, y su estela es esta, la procreación de la política frente al político gremial que ocupaba por sistema la silla del dirigente. No la silla de paja o anea, sino de pan de oro, símbolo de poder. Esta otra es, cono diría Homero, la silla de Penélope.

Un lenguaje siempre hace falta para abrir nuevas ventanas de vecindad. Dicen las mosqueteras del Teatro Olympia de Valencia que lo importante del futuro “no son las próximas elecciones, sino las próximas generaciones”. Y el futuro es femenino, sépanlo los líderes actuales a tiempo, no hay más margen temporal que el que hay, serán estas o las elecciones que vengan.

En 2023 se elegirá un camino en teoría pospandémico, pero habrá en liza algo más que partidos; habrá un sentimiento de embriaguez por las nuevas ideas que despachen las candidaturas del nuevo ciclo. Habrá hombres y mujeres disputándose las butacas del teatro. No será en Valencia, sino en toda España. La democracia española ha sido hasta la fecha socialista o liberal, bipartidista y susodichamente machista. Los comunistas que salen de cien años de travesía en el desierto, hoy cogobiernan, tienen una ministra de Trabajo que cae bien y que Sánchez cultiva como una flor en su jardín para renovar la coalición otros cuatro años. Lo que Casado llama el “aquedarre radical” de las mujeres que apoyan al PSOE, es de la misma inercia que su ariete Ayuso o el obús Alvárez de Toledo, que acusa a García Egea de “bullying”.

No será un Hillary-Trump, pero en el inconsciente del elector de 2023 las urnas tendrán que dirimir entre el lema y la consigna, o sea, el sexo del discurso también se vota.

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