La reconstrucción se ha erigido en el mantra de las desgracias que nos asolan desde 2020 machaconamente. Como no hay mal que dure 100 años, es comprensible y necesario, aun bajo el azote de la pandemia y el volcán, hacer planes de salida, como los hacemos de entrada para una emergencia cuando se desata una catástrofe. Lo que distingue esta era de destrucción no es solamente su caos y apocalipsis, sino, en aras del día después, los estímulos presupuestarios para reactivar la economía y la vida, como nunca antes. Es el modelo Next Generation.
En la primera prueba de fuego de este siglo, la Gran Recesión (2008-2015), los gobiernos de Europa y la cúpula de la UE bajo la égida de una Alemania incompasible, implantaron la austeridad (que derivó en austericidio) y todas las naciones aceptaron apretarse el cinturón hasta asfixiar al ciudadano de a pie, del más menesteroso al más acomodado de la clase media, que conoció, en plena era tecnológica, el zarpazo de la pobreza y el hambre, como en tiempos de atraso y precariedad industrial.
Ahora, en cambio, Bruselas y Alemania respiran un keynesianismo de posguerra, que les anima, esta vez sí, a inyectar dinero público en las economías dañadas por la crisis para salir cuanto antes, tras la pandemia, de la anemia. Y aquí llega el gran reto de este momento, lo que el presidente Torres ha llamado gráficamente una “borrachera” de dinero europeo, que en el caso de Canarias se eleva a 7.000 millones de euros en los próximos años de esta década (React-UE, Resiliencia y ordinarios). Fondos que deberán gastarse con fecha fija y cuyo éxito dependerá de la burocracia y los recursos humanos. Como se ha visto en el área de políticas sociales, las dificultades para dotarse de funcionarios cualificados y en número suficiente, causan tensiones en el sistema. En las últimas comparecencias públicas, tanto Ángel Víctor Torres y su vicepresidente, Román Rodríguez, como Pedro Martín, titular del Cabildo tinerfeño y la Fecai, advierten del riesgo de morir de éxito, disponiendo de dinero como nunca para levantar la economía y sufriendo los imponderables de la legislación y la maquinaria administrativa hasta ver peligrar la reconstrucción. Canarias, la RUP de mayor tamaño dentro de la UE, reclama flexibilidad de las instancias comunitarias para no devolver un céntimo a las arcas de Europa. Este desafío es doble, pues la misma inexcusable eficacia en el destino de las ayudas en inversiones es válido para la plaga de COVID como para las poserupción de Cumbre Vieja. Canarias vive bajo dos volcanes y un huracán: el virus del mundo, la lava de La Palma y la burocracia, que, desde el vuelva usted mañana de Larra, inunda la Administración.