Enésimo artículo sobre el ruinoso edificio Iders, desde hace más de treinta años con un aspecto fantasmagórico y espectral en pleno corazón turístico de Martiánez, en el Puerto de la Cruz. No ha sido posible encontrar una solución, pese a los intentos, las quejas y la denuncias. Ni las estampas de desidia ni los impactos de abandono ni la antiestética ni los riesgos de varios tipos han sido, si se nos permite la expresión, colaboradores necesarios. Pero, claro, cada incendio –y ya van unos cuantos- agita la dimensión del problema mientras los vecinos de los comercios y bloques de viviendas colindantes ya no saben qué decir ni qué hacer después de haber contrastado que todos sus intentos han resultado estériles. El último, registrado en la tarde del miércoles festivo, restituía todas las oscuras sombras de una realidad visible desde fuera, desde las vías que circundan la edificación, desde las terrazas, balcones y alturas de las más cercanas. Una realidad penosa que inspira rechazo.
El tremendo embrollo jurídico surgido en la controversia suscitada en una propiedad privada desde que fue declarada afectada por aluminosis (enfermedad del cemento), es de tal envergadura que una autoridad judicial disolvió el condominio o la junta de propietarios. O sea, que el vacío se hace patente y latente. Para complicar aún más el enredo. Curioso, porque como si lo estuvieran esperando, algunos vecinos estallaron en redes sociales esa misma tarde o a la mañana siguiente. Pareciera que no creen en otra alternativa que la desaparición física del inmueble en ruinas, donde habitan, por cierto, okupas e indigentes que, queriéndolo o sin querer, en menor medida si se admite, son también un factor humano de distorsión.
Tengamos presente que los riesgos más evidentes que alteran o perturban la convivencia en los alrededores se pueden desgranar de la siguiente manera: seguridad ciudadana, especialmente en horarios nocturnos, si bien no hay que excluir los diurnos, desde horas tempranas, pues muchos okupas permanecen en los alrededores del edificio y transmiten sensaciones peligrosas e intimidatorias a los transeúntes. Salud e higiene, al tratarse de una edificación abandonada, sin los servicios básicos para quienes ahí conviven. Insectos y roedores campan a sus anchas donde hay suciedad y espacios de residuos orgánicos. Las posibilidades de infección y contagio son más que evidentes. Deterioro y devaluación galopante de los hoteles, propiedades y establecimientos comerciales de las proximidades. Impacto negativo para la marca turística Puerto de la Cruz que se expone a una degradación de todas sus promociones si no se pone término a un problema latente en un sector de la ciudad que, pese a ser remodelado no hace mucho tiempo, precisa ya de una clara atención para su reacondicionamiento. Total, que en medio del embrollo y de la incapacidad, el ‘Iders’, lo que queda de él, sigue afeando.