por qué no me callo

Antígenos y alienígenas

Los antivacunas, aguerridos en media Europa, acaban de sufrir una severa derrota en Australia con el caso Djokovic, a quien su padre ha erigido a la divinidad de Jesucristo y, por último, a la de víctima de un atentado de Estado.

El negacionismo rampante contra toda restricción por la COVID es un movimiento que merece ser abordado ya como corriente política alternativa y cuasi estandarte de la ultraderecha que está creciendo en las democracias occidentales con evidentes opciones de llegar al poder. No solo es España, donde una alianza del PP y Vox parece inevitable para reemplazar al pacto de Sánchez con Podemos. En buena parte de Europa, esa es la auténtica pandemia que se alimenta de la COVID para contagiar a capas de la población desafectas respecto de los partidos tradicionales de la derecha y la izquierda. Abascal no dudó en alinearse con la cruzada del tenista serbio, y como él, los iconos de ese espectro izan la misma bandera, a sabiendas de que su público simpatiza con los ideales que habitan ese cardumen, y ahí es donde han de pescar para seguir sumando adeptos.

Trump es otro que ya en su reaparición en Arizona vuelve a subirse al carro de una tendencia que él acuñó desde el privilegiado altavoz de la Casa Blanca. Ahora regresa a la carretera como un viejo rockero subiendo al escenario para cantar sus temas clásicos con arrugas como los Rolling Stone y dicen que bailó sobre las tumbas de los republicanos retirados que le han acusado de incitar el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, catalogado por la Justicia de sedición. En su obcecación, la misma que empleó sugiriendo grotescos tratamientos contra el virus con lejía, ha retornado a la escena blandiendo la Gran Mentira, su fatua contra la victoria de Biden que califica de robo electoral. Trump adquiere el rol de un alienígena en la política de la primera potencia occidental, sus mantras no pertenecen a este mundo y amenaza con liderar la ofuscación de ultras y negacionistas, en su mayor esplendor, dispuestos a salir a las calles a intentar tumbar gobiernos antes, durante y después de la pandemia. En Francia, Macron, decidido a “fastidiar” a los antivacunas, lanza una ley que obligará al certificado correspondiente, y a Djokovic, apartado del Open australiano, le impediría participar en Roland Garros. Inoportuno, el alcalde de Madrid, Almeida (que ya se retrató con su vituperio póstumo a Almudena Grandes), sugiere captar al tenista réprobo como gancho para el Mutua Madrid Open, justo el día que nos enteramos de que no habrá público en los JJOO de Pekín del 4 al 20 de febrero por la borrasca de COVID.

La ultraderecha, que pronto perderá a uno de sus efectivos negacionistas, con la presumible caída de Bolsonaro en Brasil, se rehace como puede en Europa, y no encuentra mejor caldo de cultivo que el movimiento espontáneo contra la vacunación forzosa (como en Austria), que rechazan todo cerco al virus con la tozudez dogmática de los fanáticos de una secta, pese a los más de cinco millones de muertos por coronavirus durante estos últimos dos años. A Fauci, epidemiólogo de cabecera de Biden, le han amenazado de muerte, según reveló ante el Comité de Salud de la Cámara Alta: el pasado 21 de diciembre la policía arrestó en Iowa a un hombre que viajaba desde Sacramento (California) hasta Washington para asesinarlo. En su coche encontraron un fusil AR-15 y varias municiones.

Hemos pasado del test de antígenos a este otro sobre el estado de la democracia, que está sufriendo su propia pandemia de identidad infectada del virus de los Trump, Bolsonaro, el francés Éric Zemmour, Djokovic y demás alienígenas. Un temible asteroide como el que hoy pasará rozando la Tierra, pero que un día impactará en nuestras cabezas, ya con su vacua ideología.

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