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El disfraz de Sánchez

La tradicional debilidad internacional española se ha acentuado por la desconfianza que genera en Estados Unidos y en toda la OTAN la insólita y única en Europa presencia de ministros comunistas en el Gobierno español, y su eventual acceso a información sensible. Y no se ha olvidado la imagen de Rodríguez Zapatero sentado al paso de la bandera norteamericana. En aquel país respetan sus símbolos nacionales y no olvidan ni perdonan a quienes los ofenden. Hace meses, en la cumbre de la OTAN en Bruselas, Pedro Sánchez caminó junto a Joe Biden hablándole no se sabe de qué, mientras el presidente norteamericano miraba al frente sin decir absolutamente nada y sin despedirse cuando terminó el bochornoso y ridículo paseíllo, un paseíllo de 29 segundos o, mejor, 26 pasos. Y esos 26 pasos solo dieron para una breve conversación telefónica sobre el uso de las bases de Morón y Rota en la acogida de refugiados afganos; porque el secretario de Estado norteamericano agradeció su colaboración en Afganistán a 26 Estados que citó expresamente, una lista en la que no figuró España.

La agenda norteamericana de Sánchez está en blanco. Allí no se ha entrevistado ni con Joe Biden ni con ningún miembro del Gobierno y la Administración de los Estados Unidos, como han hecho todos los dirigentes europeos de relieve, a los que Biden llamó después de su elección, sin incluir a Sánchez, por supuesto. Es curiosa la fijación de la izquierda española con el presidente norteamericano, un católico de misa dominical que comparte con la absoluta totalidad de los políticos de su país un profundo anticomunismo.

Estos antecedentes explican la inmediata y urgente decisión del presidente de colaborar incondicional y militarmente con la OTAN -con los Estados Unidos- en la crisis ucraniana. Dos buques de guerra al Mar Negro para participar en unas maniobras conjuntas; el ofrecimiento de seis aviones de combate; el mantenimiento de nuestras tropas en la frontera de Letonia; y, sobre todo, la seguridad de incrementar nuestra participación si la crisis con Rusia fuera a más. Sánchez tiene que hacerse perdonar su socialcomunismo, su Gobierno con los comunistas y su beligerancia activa contra lo que Estados Unidos representa. Y, una vez más, se ha puesto el disfraz de socialdemócrata moderado, defensor de los valores de la civilización occidental y baluarte que contiene a los extremistas de la derecha en el frente español.

Como era de esperar, sus socios de Gobierno, toda la extrema izquierda y los independentistas, se han apresurado a oponerse a la decisión de Sánchez y a declararse fervientes pacifistas. Es curiosa la relación con la guerra de la izquierda española. Después de muchos años, siguen manipulando la famosa foto de las Azores con el argumento de que la invasión de Irak no contaba con el aval de la ONU y su Consejo de Seguridad, un Consejo en el que tienen derecho de veto violadores de los derechos humanos como Rusia y China. Y no dicen nada de la destrucción del régimen libio de Gadafi; de los bombardeos sobre Serbia; de la intervención en Kosovo; y de otras acciones bendecidas por la ONU o por la OTAN. En realidad, la opinión sobre la guerra y la paz depende de si los bandos son de derechas o de izquierdas. Menos la opinión de los socialistas, que tienen que defender -y justificar- el disfraz de Sánchez.

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