Castilla y León no es Ucrania, pero esto es la guerra. Y Vox se ha puesto el casco y afila la bayoneta para entrar cuerpo a cuerpo en el Gobierno de Mañueco por la puerta grande de la Junta de la primera comunidad que ya huele el aroma ultra del sorpaso al PP el día de urnas en las generales.
En Europa se aguarda con expectación esa foto de Abascal al asalto del poder. Es la crónica de una alianza envenenada, que haría saltar por los aires el centroderecha de Casado y que entroniza en los sondeos a la trumpista Ayuso, como la llamó The New York Times tras su aplastante victoria en Madrid. El Times subrayó entonces que había hecho campaña con una sola palabra, “libertad”. Y no era Labordeta, sino la Evita Perón de la Puerta del Sol. Ahora cabría decir que Ayuso ha ganado en las dos comunidades: ganó en Madrid en mayo de 2021, cuando jubiló a Iglesias y dio la puntilla a Ciudadanos, y acaba de hacerlo en Castilla y León, donde Casado autorizó adelantar elecciones para arrasar con la fuerza del PP y negar así el factor del tirón personal de su némesis en Madrid.
Casado ha caído en su trampa. El resultado electoral del domingo le obliga a reconciliarse con su propia derecha y gobernar en coalición en esta autonomía piloto de la única alternativa posible a Sánchez cuando caiga esa breva. O resistirse a ello y abrir un inestable escenario sin salida, una negociación que recuerda a Putin y Biden dialogando sin decirse media palabra, gruñendo o mirándose fijamente estirando el chicle de la paciencia hasta que uno de los dos pestañee y pierda.
Lo que digan en Europa, si cruza esa raya con el anfitrión español de los Globetrotters de la ultraderecha, tendrá su aquello en la segunda vuelta de la legislatura. Después del tirón de orejas de Aznar a su discípulo para que girara al centro y marcara distancia con Abascal (que acusó al padre y al hijo de derechita cobarde), una carta de amor en el día de San Valentín del PP a Vox, si quiere seguir gobernando Castilla y León como los últimos 35 años, o un corte de mangas serían un antes y un después.
Casado tiene ahora que desdecirse con Ayuso y admitir que Madrid lo ganó por goleada ella y no el partido. Estas elecciones resuelven la duda existencial alimentada por García Egea en Génova. No es buena señal que Soria ¡Ya! se haya impuesto en su provincia como Ati en Santa Cruz, pues en las huestes de la España vaciada deposita Sánchez buena parte de sus esperanzas de sumar restos y superar a la futura coalición PP-Vox o Vox-PP, que tanto monta, monta tanto.
La suerte está echada. Vox no salta de 1 a 13 escaños para dejar pasar la oportunidad de coger la vicepresidencia con las garras. Moreno no caerá en el mismo cepo en su madriguera andaluza. Y Feijóo vigila desde Galicia la deriva del barco que no quiso timonear cuando abdicó Rajoy. A Casado el farol le cuesta caro y Sánchez, tras el pinchazo del PSOE, ya solo sueña con el baile nupcial, en esta guerra, de cinco letras: PP&Vox.