el charco hondo

Fe de cotufas

Rectificar no es de sabios, pero sí de buena educación. Cuando alguien se equivoca (quién no, miles de veces al día) lo suyo es volver sobre los pasos dados, corregir y, si toca, disculparse, pedir perdón. Semanas atrás, allá por enero, se festejó, argumentó y sentenció, aquí, en este charco, que las cotufas no engordan. Tal cual. Se dijo, sin titubeos, que si bien se comercializan con valores energéticos agregados y cantidades poco recomendables de sal, azúcar, caramelo e incluso mantequilla, cuando las cotufas son caseras, y se utiliza el aceite adecuado e imprescindible, son sorprendentemente bajas en calorías y, en consecuencia, no engordan. A raíz de aquel comentario, publicado el siete de enero, algunos acontecimientos se precipitaron, mal, fatal. Las señales de alarma no saltaron de forma inmediata, pero llegaron, pronto. Pasaron, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas, y aquel barquito navegó, y engordó. Algunos amigos, y lectores más o menos conocidos, dieron por bueno que las cotufas no engordan, creyeron, aceptaron aquella tesis, y lo celebraron dándose un atracón de cotufas cada vez que se sentaban a ver series o películas, fútbol o informativos, telenovelas o documentales. Y pasó lo que pasó, entre tú y yo. Engordaron. Bastante. Mucho, en algunos casos. Todos han subido de peso. También los que ya venían gordos de atrás, de fábrica. Inicialmente se achacó a los excesos navideños, quizá, a los malos hábitos que la pandemia ha consolidado o multiplicado, tal vez, también, pero no, qué va. Fueron las cotufas. Tardamos en caer en la cuenta, pero no hay misterio, secreto, sal, azúcar, caramelo o mantequilla que sobrevivan a las chácharas de fin de semana o sobremesa de viernes, ni cuerpo que lo aguante sin engordar. Muchos me han reprochado aquella columna, culpándome ahora de su sobrepeso, responsabilizándome de los baños de sales y cotufas que se han dado desde que leyeron, y creyeron, aquel artículo desafortunado, equívoco, insuficientemente documentado. Así que, perdón, lo siento, no volverá a pasar. Debo disculpas, las doy. Rectifico. Me siento fatal, me dejé llevar por las explicaciones recibidas, creí en la fuente, hice míos sus argumentos, lo publiqué, de buena fe, y ahora tengo algunos amigos reprochándome las grasas que arrastran desde aquello. Mira cómo me he puesto por culpa de tus cotufas -me espetó un afectado-. Con o sin cotufas, yo que tú no descartaría que tu sobrepeso tenga algo que ver con los homenajes que estás dándote del confinamiento a esta parte -respondí, justo antes de pedirle que me acercara la botella de vino-.

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