por quÉ no me callo

La ómicron no es una gripe, como la luna no es un hámster

De pronto, ya desde mediados de enero, nos pusimos eufóricos y decidimos que la pandemia se acabó. España lidera una corriente de opinión en Europa para reconvertir, no sin cierta precipitación, la plaga en una gripe, algo poco objetivo científicamente, como dijo al enterarse el epidemiólogo de Harvard William Hanage. Este experto no tiene papas en la boca, suele bombardear en su cuenta de Twitter cada sandez que se le cruza en el camino: “La ómicron no es endémica en este momento, de la misma manera que la Luna no es un hámster”, sentenció.

Es un debate casi más conceptual que epidemiológico, pues las cifras de muertos no se pueden maquillar y, aunque existe la sospecha de que desde entonces los centros de salud de este país hacen un registro a medio gas de los contagios de la sexta ola (olvidan anotarlos en el documento de enfermedades de declaración obligatoria, EDO), tampoco cabe duda, por el contrario, de que las hospitalizaciones son menores que en las cepas anteriores. Menos casos, si acaso, pero no menos caso, por si acaso.

Hoy, sin ir más lejos, el Gobierno se desdice en el Consejo de Ministros y volverá a revocar la inexcusabilidad de la mascarilla en la calle a partir de este jueves. Era una medida adoptada en el fragor del canguelo por la desmesurada transmisibilidad de la variante ómicron, que poco aportaba al control del rebrote. Los expertos torcieron el gesto desde el primer momento y los negacionistas cogieron al vuelo un argumento que reforzaba su escepticismo sobre las restricciones apresuradas. Tampoco tiene ya efecto en Canarias el certificado verde forzoso para acceder a restaurantes y locales concurridos ni parece que se haga demasiado énfasis en que una isla esté en nivel 4 o 3 de alerta por COVID. Nos hemos mentalizado en nuestro metaverso particular para hacer la vista gorda al bicho. Pero cada dos por tres nos llevamos un golpe de realidad.

Nos hemos puesto en España en modo pausa con la pandemia, una especie de stand-by, a la espera de que la OMS cumpla con lo prometido y este mes publique un nuevo plan de respuesta a la COVID-19 que plantee una transición hacia el fin de la actual gestión de la enfermedad como una pandemia, con el fin de pasar a una fase en la que haya un “control sostenido” de la enfermedad, de manera similar a como se hace con otros problemas respiratorios como la gripe, según anunciara en enero el director de Emergencias Sanitarias del organismo, Mike Ryan. Claro que esto induce a una ambigüedad poco pedagógica, pues da la impresión de que la OMS le ha comprado el triunfalismo a Sánchez, y, como dice Hanage, “las pandemias no tienen un final oficial, con fuegos artificiales y la gente gritando hurra”. Seamos más comedidos, la OMS incluida, hasta que se haga la paz en esta guerra de verdad. Se calcula que será en verano, tras consolidarse la inmunidad de las vacunas y de las infecciones de ómicron, y si este sublinaje sigiloso que ya parece haber llegado a Tenerife no tira por la borda todos los planes.

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