tribuna

Portugal

La mayoría absoluta de Antonio Costa en Portugal demuestra que en democracia es el pueblo quien pone a las cosas en su sitio y que lo de que deberíamos acostumbrarnos a la nueva normalidad con la excesiva pluralidad y las coaliciones no es una afirmación demasiado contundente. Se va al suelo esa teoría de la dispersión de la representatividad y de que el pueblo es el que desea lo que forzadamente le obligan a aceptar. Lo coyuntural no es una norma y menos aún un estado con vocación de permanencia. Es solo eso, un mal menor, una pandemia que acabará pasando, una interrupción de las ansias de estabilidad de los ciudadanos. Esto, que parece una simpleza, es la primera conclusión que saco del resultado electoral en el país vecino. Ahora, como siempre, saldrán las voces que digan que la extrapolación no existe, pero, en su fuero interno, las organizaciones que ven arder las barbas de sus homólogos corren a poner las suyas en remojo. Por ejemplo, el PSOE ve crecer una esperanza de deshacerse del bloque para gobernar en solitario, y sus socios de Gobierno estarán pensando que continuar un día más en la situación en la que están sería aumentar el desgaste, hasta convertirse en una presencia meramente testimonial y minoritaria, como siempre fueron. En el PP no deben andar tranquilos al comprobar cómo crece el fantasma de la ultraderecha que está dispuesto a marchar a su lado igual que una sombra pegajosa. La pregunta es si esto las sabían en Portugal cuando se decidieron a disolver las cámaras y convocar elecciones. Aquí se habla mucho de los portugueses. No en vano formamos una sociedad geográfica llamada Iberia y emprendimos juntos la colonización del continente americano. En esto me viene a la memoria José de Anchieta, nacido en La Laguna, la misma ciudad en donde yo lo hice. Los exegetas de la situación política española han tratado de convencernos de que nuestra situación obedece a una circunstancia europea que hoy invade el mundo. Lo normal es el desencuentro y la dispersión, porque este es el ámbito moderno que nos ha tocado vivir. Si esto es así, la victoria de Antonio Costa es un anacronismo, un error, algo irregular que se empeña en navegar contra corriente en un mar que ahora va por otros derroteros. Yo creo que las cosas son igual que siempre, que nada ha cambiado, que los agoreros se han vuelto a equivocar, porque la única verdad es que el pueblo soberano, que es el que tiene la última palabra, ha demostrado su hartura de soluciones que no estaba dispuesto a compartir. Tezanos debería preguntar sobre estos asuntos. Mientras en Portugal sacan el gallo de Barcelos a la calle, mostrando el jolgorio de su colorido, aquí hablamos de la teta de Rigoberta Blandini, como si hubiéramos regresado a los años casposos de Susana Estrada y de Nadiuska. Que conste que me gusta la canción, a pesar de que la cantante desafine un poco y no esté sobrada de recursos. Es un intento de imitar a Rosalía, pero en este género solo hay sitio para una, y la catalana es insuperable, ya lo dice Serrat. Conocí en Barcelona a una señora estupenda que era la querida de un rico portugués. El luso la visitaba cada mes y le traía regalos a la vez que intercambiaba fichajes entre el Oporto y el Barça. Entonces me di cuenta de la fuerza que tenía ese país en lo que llamamos el equilibrio geográfico peninsular. Más tarde comprobé como una nación que también sufrió una larga dictadura, aunque sin guerra civil, llevaba a cabo la revolución de los claveles unos años antes de nuestra Transición. Yo cantaba “Grándola vila morena” previamente a que aquí se entonara el “Habla pueblo habla”. Que quieren que les diga, Portugal siempre ha tenido algo de premonitorio y cuando hemos marchado en sintonía con ellos nos han ido bien las cosas. Recordemos que lo ocurrido en Cataluña en 1614 lo fue mientras manteníamos un conflicto con Lisboa, en la época del Conde Duque. En fin, que me alegro mucho de lo de Costa y sobre todo de que Nadal haya ganado en Australia, donde no andan de coña con los negacionistas. Ahora a esperar las reacciones del mimetismo cromático y de las lecturas enrevesadas de Iván Redondo en La Vanguardia.

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