tribuna

El año que ya tiene nombre: la Guerra

Este artículo incluye dos testimonios personales de tiempos de paz, ilustrativos sobre el retorno de la tragedia al que asistimos atónitos. Añádase que hubo un momento, en 1992 (hace ahora 30 años), que un misil Scud atravesó Europa rumbo a Lanzarote llevando inscritas las letras cirílicas CCCP (URSS), para unirse a un cohete norteamericano Lance, ambas armas destinadas a un monumento a la paz ideado por César Manrique, que no se ha llevado a efecto. Esa obra inconclusa cobra ahora su mayor significado.


El ataque a la central nuclear de Zaporiyia, el santuario atómico de Europa, este viernes, da idea de las dimensiones del problema al que se enfrenta el mundo en Ucrania. Es una guerra inclasificable en la polisémica política europea, desde el Brexit a los chicos malos de Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría (el Grupo de Visegrado). ¿Es un genocidio en el metaverso de Putin, la shoah perversa de un Hitler a trasmano?


El dictador ruso se ha alzado en la fosa de los zares moribundos con la tez pálida de un zombi, recorre los salones espaciosos de un Kremlin funerario de caras largas, toce o brama, manda callar a los consejeros áulicos abriendo y cerrando puertas, hablando solo. Boris Johnson dice que está en un callejón sin salida, uno de sus ministros sostiene que está majara. Lo han llamado asesino, criminal de guerra, terrorista… Es el sátrapa de este siglo. Le espera el Nuremberg de su holocausto ucraniano, y como a Ricardo III, los fantasmas de sus víctimas un día lo visitarán para espetarle: “¡Desespera y muere!”


Están en peligro Europa, Estados Unidos, China…, la amenaza es global. Putin se ha salido del tiesto. Esa pieza ya no opera dentro del tablero de ajedrez. Hay todo un elenco de actores de esta guerra y de espectadores. El silencio del papa extraña, como una voz secundaria apenas pidiendo gerencialmente rezar por la paz sin más énfasis. Borrell, el español, es el europeo más enérgico contra el tirano, aunque eso le obligue tomar los vasos de agua con precaución. Macron, el que tira de la lengua al bárbaro al otro lado del teléfono, es el mensajero necesario. Zelenski es el mártir, el héroe de esta batalla de las Termópilas, un mito carismático que surgió del clown, directo y desafiante: “No muerdo”, retó a negociar al “hombre que no tiene mirada”, como dijo en su día a Lévy.


El mundo está, por primera vez en 60 años, en el peor trance (la alarma anterior fue la crisis de los misiles de Cuba, en 1962) tras la amenaza del ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, de responder a las sanciones con una guerra nuclear devastadora (las fuerzas disuasorias nucleares rusas están “en posición de combate”, por orden de Putin desde el 28 de febrero). Hemos visto a una UE desconocida, desenfundado las armas, y a la ONU a gritos deplorando el ataque. China ya sabe con quién se las gasta, y, al contrario que la pandemia, algo nos pide confiar en Pekín, en que haga su trabajo y el reloj del fin del mundo de Chicago vuelva a alejarse de la medianoche crepuscular.


El viernes, de madrugada, Europa dormía ajena al riesgo de un nuevo Chernóbil multiplicado por diez (habría supuesto la mayor catástrofe nuclear de la historia de uso pacífico de la energía atómica). El factor Putin: su führia hitleriana lo convierte en el enemigo público número uno de la humanidad en 2022, el año que ya tiene nombre: la Guerra. El arma nuclear nunca estuvo en peores manos.


Les hablo ahora de dos protagonistas de la historia que conocí en una época de inevitable nostalgia. Compartí la oportunidad con otros dos periodistas, Lucas Fernández y Martín Rivero, testigos como yo de excepción.
En abril de 1998, centenario de la guerra de la independencia de Cuba y 37º aniversario del desembarco de Playa Girón (promovido por EE.UU, que fracasó en 72 horas), subí las escalinatas del Palacio de la Revolución, en La Habana. Era tarde en la noche, nos habían convocado a una cita sorpresa con el Comandante, como relaté en 2016 en este periódico (Habla Fidel Castro). Entonces, pude conocer de primera mano detalles de la célebre crisis de los misiles. La Unión Soviética alertó a Fidel del plan secreto de John F. Kennedy de invadir la isla con su Ejército tras el fiasco de la incursión de los disidentes entrenados por la CIA.


Nikita Kruschev convenció a Castro (en el poder tras la revolución desde 1959) de abortar la amenaza instalando en Cuba misiles nucleares de alcance medio, como había hecho EE.UU. en Turquía, a dos pasos de la URSS. Quid pro quo. Se tentó la idea de la III Guerra Mundial, y habría sido nuclear, como ahora vuelve a conjeturarse, pero al cabo de 13 días las dos potencias acordaron el desmantelamiento de los misiles de Cuba y (poco después) de Turquía, amén de la garantía de que la Isla no sería invadida.


Le pregunté a Fidel si guardaba algún secreto de las entretelas de aquella crisis:
-“Corrimos auténtico riesgo a raíz de Playa Girón. Si Kennedy decide bombardearnos y tomar la isla, hubiéramos caído. Agradezco a Kennedy que se negara personalmente a atacarnos pese a la presión de sus asesores militares”.


Fidel me comentó que le había trasladado ese reconocimiento al hijo de Kennedy, John-John (editor de la revista George), durante una visita a Cuba antes de morir (con 38 años), en un accidente de avioneta en 1999.


En Lanzarote, en agosto de 1992 (seis años antes del encuentro con Fidel), sentados en el comedor de La Mareta, Mijaíl Gorbachov nos concedía una entrevista para El País. Raisa despotricaba de Yeltsin, que sucedió a su marido y poco después nombró delfín al mismísimo Putin. De aquellos polvos, estos lodos. Recuerdo la respuesta del venerado político de la mancha de vino en la frente a la pregunta de si era consciente de haber cambiado el curso de la historia, al alejar el peligro de toda guerra, promover el desarme e instaurar la democracia en su país, mientras caía el muro de Berlín y la URSS y el Pacto de Varsovia pasaban página. Contestó lacónicamente “sí”, tras dos horas de conversación que 30 años después adquieren una especial relevancia. Estaba orgulloso de su papel en la historia. Gorbachov cumplió el miércoles 91 años, testigo de las tropelías del exespía de la KGB que pretende resucitar la URSS, la Guerra Fría y la maldición de una guerra nuclear. Es decir, deshacer su obra política a favor de la paz, cuyo Nobel ostenta. A veces, mirando atrás vemos la luz que no hallamos delante.

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