Todos habitamos en nuestra isla imaginaria, anclados en el universo de nuestros deseos y sueños. Publica Huw Lewis-Jones su Atlas de Islas Imaginarias (2020), un libro cautivador que recoge los dibujos de islas, realizados por 68 artistas del mundo invitados por el autor. Existen en el globo terráqueo unas 500.000 islas, que pasan a ser infinitas cuando las creamos en nuestros sueños. Como hizo el escocés Robert Louis Stevenson, con su Isla del Tesoro (1881), que inició haciendo el mapa antes que la novela. Un mapa crea sus propios personajes, escribe su propia historia. Empezó con un mapa y un valle, un arroyo y casas desperdigadas. Un mapa es un espacio, un portal, una cerradura de acceso a lo imaginable. Todos los mapas son islas. La libertad no es la ausencia de fronteras, sino la habilidad de dar forma al espacio entre ellas y sentirnos libres por un buen rato. Nacer es naufragar en una isla. Regresamos a las islas a través del folklore, la filosofía, la religión y los mitos. El propio lenguaje incorpora la amplitud de sus sugerencias. Tenemos islomanía fascinados por ellas, también nesomanía obsesionados por alcanzarlas. Cegados por el embrujo de la insulatilia. Les ofrecemos afecto desde la islofilia y a ellas nos acercamos, cuando nos enislamos. La Atlántida de Platón, La Utopía de Tomás Moro, nuestro San Borondón, son islas imaginarias. Utopías isleñas, cuyo mayor referente lo situamos en la obra de Daniel Defoe, Robinson Crusoe (1719), la novela inglesa más popular de todos los tiempos, que interpreta múltiples mitos. Es una construcción modélica de las sociedades coloniales de la época, que hacen que el hombre sacrificado y de moral elevada sea capaz de construir su propio mundo, contra la adversidad del medio. Donde se produce la paradoja que mantiene el relato. Un hombre solitario es capaz en su isla de construir una sociedad completa, cuando ésta solo es posible realizarla en colaboración conjunta con su grupo social, y donde solo sobrevive el emprendedor. La utopía acaba cuando Robinson regresa de su isla hacia la civilización que añora. Lo hace el primer Robinson con Viernes, cuando regresa desde las islas de Juan Fernández y los numerosos robinsones literarios y cinematográficos. Gulliver (1726) de Jonathan Swift, los Robinsones de los Mares del Sur y el Robinson Suizo. Julio Verne en la Isla Misteriosa (1874), y en el cine El Náufrago, de Tom Hanks. Mat Damon en Marte, de Ridley Scoot, Papillon desde su cárcel de la Guayana francesa. También son robinsonianos aquellas que luchan por su libertad, atrapados en cualquier medio. Clint Eastwood en la Fuga de Alcatraz, Tim Robbins en Cadena Perpetua, donde escapa con Morgan Freeman, a las playas de Ziguatanejo en Méjico. Marlon Brandon, en El motín de la Bounty, huyó a su isla deseada en las Pircairn del Pacífico Sur. Malinowski hizo escala en Ten rife en 1921, de vuelta de las Islas Trobiand a donde fue en busca del paraíso. En su influjo El Principito, de Antoine Saint-Exupéry. Atrapados entre las rejas imaginarias de una isla que nos libere, nos vemos obligados a situarnos para sobrevivir a los rigores del sistema y del ambiente. Sobrevive quien hace el esfuerzo de valores y técnicas, contra lo injusto e inalcanzable. Decidir apostar entre la isla horizonte que nos orienta y sitúa, o retraernos y perecer en la isla cárcel, que nos encierra. Al otro lado de la isla me he dejado arrebatar la humanidad. Del mar, el mito, el alma canaria, el espejo y el recuerdo. Obedezco, pero sueño y pienso, conservo mi reducto de decisión. Aislado emocionalmente, en disenso, incertidumbre, desconfianza y miedo, no mido la dimensión de mi conciencia y extravío. Es aquí donde cada uno debe dibujar el mapa de su isla, elegir su isla imaginaria, utopía o distopía, construir su identidad. Atrévete.