el charco hondo

Se me quema la arepa

Ya ocurrió décadas atrás, con Cristal, aquel serial que millones de almas siguieron, sí, pero en la clandestinidad, a escondidas, negándola, resistiéndose a confesar haber caído en las redes del culebrón que en los ochenta rompió los registros. Pocos admitían haberse enganchado a los dolores de Cristina (Cristal), enamorada a primera vista de Luis Alfredo, hijo del primer matrimonio de Alejandro, casado con Victoria, próspera ejecutiva que llegó a Caracas huyendo del pasado, con una hija que abandonó en una casa del este de la ciudad, antes de que pasara lo que después pasó. Cuando alguien comentaba cualquier episodio de aquella telenovela venezolana, muchos se atrincheraban en la mentira de su desconocimiento, acampando tramposamente en la ignorancia, diciéndose a años luz de aquel boom de la televisión porque, al parecer, reconocer el consumo de telenovelas es poco cool, viste mal. Parecer cotiza más que ser. El culto a la apariencia vitamina el sentido del ridículo que algunos, bastantes, tienen acentuado. Gente insegura. Sufridores. Inmaduros. Quienes son especialmente sensibles a las opiniones de los demás, temiéndose que los condenen al destierro intelectual en un juicio sumarísimo, jamás confesarán que ven telenovelas o series minúsculas. Los productos de entretenimiento -las propuestas concebidas para dejar de pensar un rato- tienen mal recibimiento en algunos círculos, de ahí que, como ocurrió décadas atrás, a algunos les cueste tantísimo reconocer que están calzándose sin masticar la bomba del momento, Café con aroma de mujer. Al igual que pasó con Cristal, las audiencias ponen en su sitio a quienes, amigos o conocidos, están zampándose las entregas del culebrón colombiano pero lo niegan a fuego, poniendo cara de qué están hablando cuando, entre cañas, margaritas y tequilas, alguien cuenta las maldades, enredos y amoríos en la hacienda Casablanca. Según los datos, la telenovela están viéndola los que la ven y los que dicen que no la ven pero están metiéndosela en vena a escondidas, fingiendo no saber de qué se habla porque su sentido del ridículo los tiene secuestrados (qué estupidez). Yo tampoco la sigo, conozco de oídas, algo he escuchado, pero, en fin, yo es que no soy de consumir culebrones que aíslen un rato de la que está cayendo poniéndote la cabeza en off. Si me hubiera enganchado lo diría, Carlos Mario, porque hay que ser un parcero bien berraco para negar que has caído en la red de los Vallejo. Yo no la estoy siguiendo, lo confesaría rápido que se me quema la arepa, que sí, que sí.

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