Francia y las dos guerras

En Francia no se libra ninguna guerra. Eso es en Ucrania. Pero en las calles del archipiélago francés -como llaman los analistas galos a París y las metrópolis más importantes- las dos semanas que restan para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales van a ser escenario de la mayor batalla que se recuerda en la historia de las campañas al Elíseo. Esta vez Macron no tiene ni por asomo un millón de votos de distancia de Marine Le Pen como en 2017. El desenlace será más ajustado, dada la apisonadora de la ultraderecha, que ha borrado a los republicanos y toda la memoria de gaullismo en el poder. A su vez, Francia es un campo de exterminio de la izquierda convencional. Olvidamos con desmesura amnésica el pasado reciente de la V República y la era Mitterrand. Ahora todo ese inventario es un globo pinchado caído en el suelo como un trapo deforme. Tanto Pécresse como Anne Hidalgo, las candidatas supervivientes de los partidos históricos a derecha e izquierda, han tenido un resultado anecdótico y humillante, y el radical izquierdista Mélechon, el tercero más votado con casi un 22 por ciento, tiene en sus manos -acaso la decisión no está en ellas, sino en las de sus airados seguidores, para ser más exactos- inclinar la balanza a favor de Macron o de Lepen, la hija del diablo, el antediluviano Jean-Marie, germen de un linaje que desestabiliza el Viejo Mundo al estilo de la ola de Trump en América.

Macron es la última esperanza de Europa, que tiene a bordo una guerra y teme que Francia sea la Ucrania de la democracia. Le Pen, amiga de Putin y Orbán, daría impulso al vendaval que el ruso redoblará ahora en el Donbás. La UE se rompería seriamente con uno de sus socios más poderosos decantado hacia Moscú. Putin proseguiría su invasión fallida de Ucrania con la inyección de moral de Le Pen napoleonizando Francia.

El fantasma de 2016, cuando ganaron el Brexit y Trump en las urnas contra todo pronóstico, sobrevuela desde hoy hasta el 24 (día D) el cielo de Francia, que es el cielo de Europa. Quiere ello decir que desde hoy hasta dentro de dos domingos vamos a vivir en simultáneo atentos a dos frentes, el enfurecido ataque de Putin con todo contra Zelenski, tras tener que recular y cambiar al general de la guerra, y la batalla de Francia entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Putin desconfía de la eficacia de sus huestes, tras el fracaso de su misión relámpago, y Le Pen no las tiene todas consigo pese al apoyo de Éric Zemmour y Nicolas Dupont-Aignan, sus rivales más familiares. Es Mélenchon, el veterano podemita francés, el que tiene la bolsa de votos que decidirán el duelo por la presidencia. Pero Europa es un estadio de hooligans. Lo de menos es el fútbol y las estrellas sobre el césped. El partido se juega en las gradas, entre los ultras y la masa anónima, en un clima de rabia, de inflación y calles al rojo vivo tras las agitadas revueltas de los chalecos amarillos. Nadie se atreve a predicar ni a predecir con encuestas. Porque nunca fue tan incierto el resultado final.

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