Mañana en la batalla piensa en mí. El título de la novela de Javier Marías vale tanto para Ucrania como para la pandemia, esas dos guerras que definen el horario bélico, económico y sentimental del mundo. Desnudamos una guerra para vestir a otra. Mañana le quitamos la mascarilla a la pandemia y Rusia inventa un desembarco en Ucrania mientras vuelve a orillas de Polonia causando siete muertos con sus bombas en Leópolis. Esta crónica negra es parte de la nueva rutina.
No son tiempos de serenidad ni de bolsillos alegres. Por más que la Semana Santa nos ha desinhibido y hemos gastado como si no pasara nada anómalo, la inflación se ha comido parte de los ahorros de estos dos años y vienen mal dadas. No es la austeridad de la Gran Recesión, de infausto recuerdo, pero aun en esta crisis keynesiana terminaremos admitiéndolo: nos tenemos que apretar el cinturón. Los hoteleros no se fían del vodevil de esta vuelta a la verbena, a la playa y al aeropuerto, temen por la dramaturgia de la guerra y los precios energéticos para la temporada de verano.
Todo sigue siendo tan previsible como siempre, pero más a lo bestia. Una guerra en un país de Europa paraliza al mundo, que no está sobrado de buenos dirigentes. Cruzamos los dedos para que Macron supere este domingo a Le Pen (de ser cierto el margen de diez puntos de ventaja). Y para que Biden no esté entrando en barrena a sus casi 80 años: su extraño saludo al aire el jueves tras un discurso en una universidad de Carolina del Norte, en que pareció rodeado de fantasmas. No anima mucho que el líder de la primera potencia flaquee mientras un tirano lanza bombas a las puertas de Occidente. (Ves a Vargas Llosa escribiendo un libro sobre Galdós como un pibe de 85 años y es envidiable su integridad. ¿Qué toma el peruano que no envejece?)
Mañana cae el teloncillo. La mascarilla. Escribí una biografía de 2021 con el título de El año de la máscara. Pero han sido dos. El icono de las medidas de restricción deja de ser obligatorio en interiores tras el Consejo de Ministros de hoy. Ya es un hecho. La pandemia se gripalizó como Putin quitará el dedo del gatillo un día de estos (sería intolerable que fuera el 9 de mayo por puro fetichismo del dictador para hacerlo coincidir con la fiesta nacional de su país).
Sin mascarilla no hay pandemia que resista, así sigamos contando muertos, como Kiev seguirá haciéndolo cuando cese el fuego, por las heridas y hambrunas.
Esta semana, la pandemia y Francia pueden alumbrar una nueva normalidad, a falta de la paz en Ucrania. Pero Putin se burla del efecto boomerang de las sanciones sobre la calidad de vida de Europa. No va a tirar la toalla. Y si el domingo Francia se quita la máscara y el rostro que vemos al descubierto no es el de Macron, sino el de Le Pen, mañana en la batalla piensa en mí, nos dirá Europa caída en desgracia.