En llegando mayo nos damos de bruces contra la evidencia. No ha sido una guerra relámpago ni nada que se le parezca y Putin se ensaña con su destino, pues a estas alturas de su recorrido vital hacia la condición de genocida ya es consciente de haber cruzado la raya que lo deslegitima para siempre como un gobernante de fiar. ¿Esto implica que no parará en su huida hacia delante?
Con Putin siempre hay que pensar lo peor. Lo peor era la guerra cuando desmentía, de hipócrita ejerciente, que fuera a llevarla a cabo cuando el despliegue masivo de sus tropas en la frontera con Ucrania era insultante. Y ahora que chapotea sobre fanfarronadas aún más estremecedoras, con insinuaciones sobre una eventual guerra nuclear, diríase que lo que procede es temer que pueda repetirse la historia, que Putin esté tramando en efecto dar un triple salto mortal en el trapecio de la historia con el fin de erigirse en el primero en desatar un conflicto atómico de consecuencias inimaginables. No tenemos vara para medir una hipótesis inédita tan dantesca y escalofriante, más allá de las nubes con forma de hongo de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, que avergüenzan casi medio siglo después a la humanidad, denigrada en aquella decisión infame de los EE.UU. en la II Guerra Mundial bajo la presidencia de Harry S.Truman, cuya filial ahora sería Putin, con un arsenal mayor y dosis de odio hacia occidente de una envergadura sin límites. Aquella vez, fueron destruidas las dos ciudades japonesas y murieron unas 140.000 personas en Hiroshima y unas 80.000 en Nagasaki. Con la actual dotación de armamento nuclear en manos de las potencias, todo riesgo es poco; quien está sentado en el despacho diabólico del Kremlin es alguien de la catadura de Putin, insensible a la pérdida de sus más altos oficiales en la ratonera de Ucrania y de miles de bajas de su ejército por errores de su descabellada guerra. Detengan a Putin, chinos, americanos, europeos y rusos de noble sentimiento. Estoy pensando en Mijaíl Gorbachov, aquel buen hombre, amigo de Canarias, que gobernó la URSS hasta arribar a la democracia sellando acuerdos de paz y desarme con EE.UU. y derribando con Helmut Kohl el muro de Berlín. Hoy, con 91 años recién cumplidos, es testigo del cadáver de su herencia política: Rusia no ha estado nunca como ahora en las sentinas de la historia, en los bajos fondos de la política internacional, implicada en crímenes de guerra, y al borde de provocar un holocausto nuclear.
Detengan a Putin si queremos seguir pisando con los pies la superficie de esta tierra, ahora que su mente lunática se precipita por ese abismo, fuera de sí, sin que tengamos escapatoria. Ya no cabe consolarnos en el fetichismo historicista del dictador ruso para confiar en que detenga el fuego el próximo lunes, 9, fiesta nacional en Rusia, día de la victoria de la URSS sobre los nazis, pues la fiebre de la guerra ya es alta y la OTAN, que celebrará una cumbre en Madrid el próximo mes, sostiene que la guerra podría durar años. Detengan a Putin, por Dios, antes de que sea tarde.