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Mafalda y las alcantarillas

Ningún Gobierno del mundo -ni los serios ni los no tan serios- ha reconocido nunca que ha sido espiado y que de los móviles de sus integrantes se ha extraído información sensible. Y menos de manera externa e ilícita, como ha reconocido el Gobierno español de forma insistente. Y ningún Gobierno lo ha hecho porque reconocer tal cosa es reconocer una absoluta incompetencia y una absoluta dependencia de instancias innominadas -externas e ilícitas-, Gobiernos extranjeros y grandes corporaciones, bajo cuyo control se actúa. Es reconocer que tal Gobierno está a merced de poderes más poderosos, que es precisamente lo que tan increíblemente han reconocido Pedro Sánchez y su Gobierno. Y reconocer esa dependencia y esa ineptitud por parte de un presidente de Gobierno, y no verse obligado a dimitir inmediatamente y convocar elecciones, es una prueba -una triste muestra- de la degradación y la descomposición que sufre la política española. Por si fuera poco, el que los ciudadanos españoles no nos hayamos alzados unánimemente, sin distinción de partidos ni de ideologías, y nos hayamos preguntado en manos de qué gente estamos y quiénes son los aventureros -y las aventureras- que se sientan en el Consejo de Ministros -y Ministras-, es una más que preocupante demostración de que la sociedad española está abducida y al borde de un colapso vital, y de que los ciudadanos españoles asistimos resignadamente a sus exequias y su funeral. Por todo eso, cuando explotó la evidencia de que muchos políticos independentistas catalanes habían sido espiados por el Centro Nacional de Inteligencia, pensamos que el reconocimiento gubernamental era falso, y que se trataba de una mera estrategia -torpe y torticera- para apaciguar los ánimos, mediante el expediente de intentar convencer al catalanismo radical de que el espionaje era un mal de muchos, y el Gobierno una víctima más, igual que ellos. Pero resulta que, al parecer, el espionaje al Gobierno es verdad, y que no contentos con la descalificación política y humana y el ridículo que eso supone, el asunto ha desatado una guerra todavía más ridícula en el seno gubernamental en contra de la ministra de Defensa, de quien depende el Centro Nacional de Inteligencia. A pesar de los aspavientos y la sobreactuación teatral de los socios del Gobierno, esta falsa tormenta quedará en nada, porque todos saben que unas elecciones actuales le darían el poder a los populares, con permiso de las trapisondas de Tezanos y su inefable CIS financiado con nuestros impuestos. Felipe González decía que al Estado hay que defenderlo hasta en las alcantarillas (qué falta le hace al PSOE un Felipe González y hasta un Alfonso Guerra). Porque la información, el espionaje y la inteligencia es el arma de destrucción masiva más poderosa y decisiva, como estamos comprobando en la guerra de Ucrania, y todos los Gobiernos la cuidan, la fomentan y la practican. No la inteligencia tontorrona que necesita autorizaciones judiciales y Comisiones parlamentarias, sino la de verdad, la de las alcantarillas. Queremos creer que, a pesar de las apariencias, la gente de Pedro Sánchez la utiliza para defender al Estado. Si no fuera así, habría que preguntarse en manos de quién estamos, como hacía la inolvidable Mafalda contemplando a sus padres.

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