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Adiós a uno de los héroes del Moncho II

El patrón de la embarcación perdida hace 40 años en el Atlántico, fallecido el pasado día 6, protagonizó junto a otros dos marineros herreños una odisea que dio la vuelta al mundo
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El fallecimiento, a los 80 años, de Manuel Álvarez Espinosa ha devuelto a la memoria colectiva de las Islas uno de los episodios de supervivencia en el mar más recordados en Canarias y que mantuvo en vilo al país durante una larga semana. El nombre del pescador gomero, conocido popularmente como Manolo Guajara, dio la vuelta al mundo hace casi 40 años después de que el Moncho II, el barco de ocho metros que patroneaba, quedara a la deriva en medio del océano Atlántico tras sufrir una avería en su motor. En la odisea le acompañaron dos marineros herreños: Noel Machín Hernández y José Benito Morales.

Los tres habían zarpado de Playa Santiago, en La Gomera, con destino al puerto herreño de La Restinga el 22 de enero de 1983 a bordo del Moncho II. Después de dos horas de navegación, la rotura de la caja del motor de la embarcación les colocaría ante el mayor desafío de sus vidas: quedarían a merced de un océano que les empujaba mar adentro. 

La ausencia de noticias sobre el paradero del Moncho II estremeció a El Hierro y unió a La Restinga como una piña. Algunos vecinos mantenían clavados sus ojos en el mar desde lomas y montañas, otros desahogaban su angustia en el mulle suplicando ver aparecer el Moncho II por su bocana y había quienes rezaban y encendían velas en las iglesias.

Se activó la alerta para su búsqueda y se movilizaron aviones del Servicio Aéreo de Rescate, barcos de la Comandancia Militar de Marina y medios de Protección Civil. Pero las corrientes y la fuerza de los vientos arrastraban hacia el abismo a los tres pescadores, que apenas contaban con provisiones: tres bollos, tres panes, media docena de jugos, un par de naranjas, un kilo de peras y ocho litros de agua en un pequeño bidón con restos de gasoil. Manuel, Noel y José Benito alternaban ratos en cubierta, desde donde escrutaban las 24 horas el cielo y el mar, y en el camarote, en el que se protegían de los temporales.

“¡un barco!”

Al caer la noche del sábado 29 de enero, octavo día en alta mar, y después de comerse las cáscaras de la última naranja, los tres bajaron al camarote. “En vista de que nadie nos encontraba, ya casi pensábamos dejarnos morir allí”. Adormilados por el agotamiento, detectaron un sonido lejano que se distinguía entre las olas. “¿No sienten el ruido de un motor?”, exclamó Manuel Álvarez Espinosa. Los tres dieron entonces un brinco desde el camarote a la cubierta y no tardaron ni un segundo en proclamar a los cuatro vientos: “¡Un barco!”.

De inmediato prendieron una bengala y encendieron una linterna. “¿Pero esto será verdad o mentira?”, se preguntaron. La señal luminosa que emitió el buque que venía hacia ellos siguiendo el rastro del radar, desató el júbilo a bordo. Manuel, Noel y José Benito empezaron a abrazarse y a llorar. Se les había aparecido a 250 millas de Canarias la Virgen de los Reyes, patrona herreña, tantas veces invocada en la inmensidad del océano. El milagro se llamaba Nedroma, un buque argelino de 172 metros de eslora.

Los pescadores herreños subieron entre lágrimas al barco, que se dirigía cargado de minerales hacia Baltimore, en el estado de Maryland (EE.UU).
La noticia llegó a El Hierro en forma de telegrama a Anita, la mujer de Manuel, que hoy todavía conserva: “Fuimos recuperados por un barco argelino y estamos en buenas condiciones. Vamos a ir a América y allí se arreglarán todos los problemas. Pensamos regresar a casa. Un gran abrazo para todos”.

“¡Los encontraron, están vivos!”, gritó la isla, que estalló de alegría y volvió a llorar a coro por todos los pueblos. La Restinga se echó a la calle para celebrar la buena nueva en un ambiente de jolgorio, con música y bailes.

primer contacto

El entonces presidente del Cabildo, Tomás Padrón, recuerda cómo las familias de Manuel, Noel y José Benito entablaron un primer contacto con el Nedroma en plena travesía hacia Baltimore desde el teléfono del Cabildo a través de la emisora costera de Francia, que enlazaba la señal con el barco: “Las mujeres de los marineros venían cada noche para hablar con ellos”.

El recibimiento en la Isla del Meridiano fue apoteósico, con una caravana de vehículos haciendo sonar la pita en dirección al aeropuerto, lugar en el que familiares y amigos pudieron abrazar entre lágrimas a pie de pista a sus héroes.

Los tres protagonistas de la odisea hablaron para DIARIO DE AVISOS con motivo del 35 aniversario del rescate. Noel recordó que el último día a la deriva, al ponerse el sol “nos metimos en el camarote y dijimos: ‘Si nos lleva un barco por delante no pasa nada. ¿Para qué estamos aquí?’. Poco después escuché un sonido, salí corriendo, encendí a toda prisa una bengala y nos echaron los focos”.

Manuel subrayó el momento en que sus ojos contemplaron la imponente figura del Nedroma: “Aquello no era un barco, era un ángel que navegaba hacia nosotros. Cuando vi que se acercaba me empiné el agua con gasoil que quedaba”. José Benito tampoco pudo contener las lágrimas: “Yo tenía la cosa de que no me iba a morir. Yo volvía. No lloré en los ocho días a la deriva, pero cuando vi el buque que nos enfilaba reventé a llorar, me rompí por completo”.

llegada a la isla

El recibimiento en El Hierro fue inolvidable. “Fue una locura. Nunca se me olvidará la imagen de tanta gente, ni cuando vimos a Tomás Padrón en el aeropuerto de Madrid. Aquello fue lo más grande”, comentó José Benito. “La isla completa estaba en la pista, no cabía la gente”, apostilló Noel. “Todo el mundo que podía caminar fue a recibirnos al aeropuerto”, recalcó Manuel.

La acción humanitaria del barco argelino fue correspondida por el Cabildo con la inauguración, en el año 2006, de una plaza en La Restinga denominada Rincón Nedroma.

El Hierro recordará siempre a Manuel, padre de cuatro hijos y gran devoto de la Virgen de los Reyes, como señalaba ayer a este periódico Raúl Álamo, amigo de la familia. Adiós al pescador que vivía junto al Mar de las Calmas, pero que se movía como pez en el agua cuando había que faenar en aguas revueltas, donde demuestran su auténtica valía los mejores marineros.

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