visiones atlánticas

El conocimiento inútil

En 1988, a un año de la caída del muro de Berlín y del fin de la guerra fría, en que la bondad de las economías planificadas socialistas se derrumbó corroída por sus ineficacias económicas y sociales, el francés Jean François Revel (1924-29006) escribió su hoy actualizada obra El Conocimiento Inútil. Donde denuncia que la mentira es el motor de nuestro tiempo. Hoy en día fluye más que nunca la información y la ciencia avanza acelerada, pero las decisiones se toman soportadas en estímulos emocionales, apoyadas por intelectuales que se pliegan a las voluntades de quienes los contratan. Como ya anticipó Orwell, “hay ideas tan absurdas que solo un intelectual podría creerlas”. De manera que el hombre corriente mantiene un trato con la realidad más honesto. Síntoma de nuestras actuales sociedades, donde las “nomenklaturas” políticas, se han aislado de sus bases sociales, a quienes solo atienden cada cuatro años cuando toca votar y entre medio para subirles los impuestos, compañeros del recorte de libertades. El síndrome del “tabernario” madrileño ilustra esta paradoja. Mantiene Revel que es la “ofuscación ideológica”, quien convierte en inútil el cuantioso conocimiento histórico de la humanidad. Ideología que funciona en un triple plano, “intelectual, práctico y moral”. Intelectualmente cada tribu político-social se apoya solo en los hechos favorables a sus tesis, incluso falsas, negando las del contrario, “no es no”. En su postura práctica suprime el criterio de eficacia, en ella el fracaso carece de valor, el mérito y el esfuerzo son superfluos, cuando no alientan las desigualdades. Y ya colocados en el plano moral, la ideología pretende abolir toda noción del “bien y del mal”, por ello ataca cualquier sistema de valores ajenos, entre ellos los valores de las democracias liberales y los valores morales de la religión tradicional, de la escuela y de la historia. Eleva su análisis Revel, cuando mantiene la tesis de que las democracias no mueren por dentro, sino que son atacadas desde fuera, cuando no se dejan llevar, renunciando a defenderse y se entregan a su enemigo, aceptando que sirva la democracia para algo. Reprochan a las izquierdas su fascinación por el comunismo, con el que sacrifican el progreso, la libertad y la justicia. Contemplamos atónitos la reconversión de los “neocomunismos”, que han mutado los principios de las “democracias liberales”, bajo las múltiples desigualdades del “multiculturalismo”. Posición que en España se ve agravada por la desleal rotura del marco nacional, incrementada por las crisis económicas en la globalización, que nos sitúa a la cola de todos los indicadores de la UE. Las “democracias liberales”, señala Revel, no pueden sobrevivir sin una buena dosis de verdad. Un buen régimen debe apoyarse en la lógica de las buenas decisiones individuales de las mayorías, sino están condenadas a muerte. Los ciudadanos son conducidos conforme a realidades ignoradas, con el impulso apasionado de su tribu sociopolítica, con la ilusión fomentada por los medios, lo que pone en riesgo la democracia. Demolerla implica mantener al ciudadano al margen, exige el control de los medios, romper e impedir la separación de poderes y generar de facto un sistema de partido único, anteponiendo las voluntades del gobierno, al marco de neutralidad efectiva de las instituciones de todos. Debemos sumarnos al deseo que formula Revel, en cuanto a la necesidad de armonizar conocimientos y conductas, que permitan mantener la democracia y nuestro progreso, donde la economía se soporta siempre sobre una base moral socialmente compartida, sobre el “conocimiento útil”. Las elecciones andaluzas medirán la utilidad del conocimiento de su electorado y un cambio de ciclo con efectos nacionales.

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