tribuna

En un atlas de velo azul

La turbulenta África, que es otro mundo, la gran desconocida de la civilización actual junto a Asia, sigue siendo una caja de sorpresas. Pocos políticos españoles (y, mal que nos pese, los canarios con una venda en la contigüidad) están al día sobre los pormenores del tablero norteafricano, que es el que más nos incumbe. La colosal África es la América que, delante de nuestras narices, no hemos querido nunca descubrir.

Hasta mediados de los años 70 teníamos un pie en el Sáhara, que era nuestro estribor para dar el salto al continente. Allí vivíamos, allí pasó su niñez Alberto Vázquez Figueroa y creció entre los tuareg. Todo aquel atlas de velo azul, el desierto y su nomenclatura hubo un tiempo que nos fue familiar. Después, África entró en una amnesia galopante. Y hoy es un volcán a punto de estallar.

África era el mantra de Cubillo, al que Argelia acunó en tiempos de su amigo Bumedián. Cubillo casi muere apuñalado en Argel en abril de 1978. En diciembre de ese año falleció el célebre presidente argelino que dijo aquello tan actual de que “los hombres no quieren ir al paraíso con el estómago vacío”. Sin Bumedián en el poder, el abogado canario se vio solo y malherido ante la indiferencia del sucesor, el pragmático Chadli Benyedid, que indultó en 1985 a los autores del atentado, de acuerdo con Felipe González. El Estado tapaba un episodio de la guerra sucia de UCD en el umbral de la democracia.

Los lazos de las Islas con la otra orilla llegaron a tal punto que en los círculos independentistas de aquella etapa africanista (la única y última que se recuerda en cinco siglos, como si no procediéramos de allí) llegó a especularse con una imaginaria confederación canario-saharaui. Cubillo me lo contaba con desolación.

Ahora que el mundo está revuelto, ignoramos los entresijos, pero algo se cuece bajo las dunas. Ya no es solo que el impulsivo Marruecos sea una fuente inagotable de preocupación, incluso ahora que se lleva bien con España. Esta semana se suma a la ecuación la prorrusa Argelia, en cuya voladura de la amistad con Madrid cometió algún error de cálculo, dada la recriminación de Bruselas y la marcha atrás.

En mayo irrumpió en Argel el ministro ruso de Exteriores, Lavrov, con las manos manchadas de sangre por la guerra de Ucrania, y su anfitrión, el presidente Tebboune, consideró la idea de desestabilizar Europa, pero, siendo un socio comercial preferente, ahora lo piensa dos veces, a costa de desairar al Kremlin. La guerra de Argelia, que Gillo Pontecorvo llevó al cine (La batalla de Argel), data del 62. Ha llovido mucho. Ya no vive Ben Bella, el primer presidente del FLN, ni existe la URSS, que apadrinó la independencia de la colonia francesa. Incluso, Frantz Fanon, el psiquiatra-filósofo de los movimientos de liberación, apenas es objeto de culto. Ha habido borrón y cuenta nueva en Áfricaen estos 60 años. Y en paralelo, las Islas pertenecen a Europa y son su frontera en el Atlántico. Ahora, África nos compete más que nunca y hay que ponerse a estudiar lo que está pasando allí dentro de esta gran bola de cristal.

Todo dio un vuelco de pronto. Sánchez secundó las tesis marroquíes sobre el Sáhara, como Alemania y Países Bajos, y como el vituperado Trump. Y en lo que estamos es en una guerra que amenaza una crisis alimentaria global, ningún gobierno está seguro ni nadie es capaz de predecir la hambruna que se avecina en el Sahel y la Europa Oriental. Nunca antes fue tal la fragilidad de los sistemas alimentarios mundiales tras una guerra en un granero, cuyas continuas perturbaciones han encendido todas las alarmas, en vísperas de la cumbre española de la OTAN. ¿Hemos evaluado en Canarias lo que nos espera?

Sabemos poco de África y todo de Europa. Pero las pateras de África nos reprenden por la mala memoria geográfica. Ahora el Sáhara ha reavivado los odios africanos y estamos en medio de una tempestad de arena, que no es calima, sino vientos que remueven viejos rencores. De aquellos polvos, estos lodos.

Hace 40 años, paseando por Argel, camino de los campamentos saharauis de Tinduf, había calma en la calle, antes de los atentados yihadistas. En Marruecos, el ambiente no difería mucho. Nos seducían las crónicas de Juan Goytisolo, vecino de la plaza de Jemaa el Fna, en Marrakech, santuario de la palabra, que el escritor catalán defendió del rodillo inmobiliario hasta lograr convertirla con su cruzada en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Toda esa bonanza saltó por los aires en 2011 con una bolsa que explotó en un populoso café de la mítica plaza y mató a 17 personas.

Ahora es como si África pidiera paso. En mitad de la crisis de Ucrania, se recalienta el Magreb, tras la ruptura de Argel y Rabat, la vuelta a las armas del Polisario y el divorcio de Argelia con España.

Pero nada fue nunca estable en esas costas. En 1972, Hasán comprobó en carne propia la amenaza golpista tan común en la región (como hemos visto en Mauritania), cuando fue tiroteado en pleno vuelo su avión oficial (la llamada Operación Buraq), un ataque con cazas de una rama del Ejercito para derrocarle en los años de plomo’. Cuando tomó tierra hizo limpia y ya no pudo fiarse ni de su sombra. Su hijo goza de un aparente confort en el poder, salvo la delgadez enfermiza que mostró en la cena del 7 de abril con Sánchez en Rabat. Ha reducido sus escapadas a París y cuenta con simpatías en América y Europa. Los informes del CNI sobre el espionaje alauita a Sánchez antes de bendecir la autonomia marroquí del Sáhara (“seria, creíble y realista”) no aportan todas las claves de este álgido álgebra euro-magrebí. La guerra en Ucrania ha movido el mapa geopolítico de dos continentes que no se hablan. Argelia y Marruecos van a jugar un papel inédito en el futuro inmediato. El Polisario y la RASD no se merecían, tras el desplante español, la frialdad de Argel. Canarias está ahora en el lugar incómodo de la reorganización de equilibrios que la UE y la OTAN emprenden en el norte de África. Detrás de las cortinas hay pactos secretos e inconfesables, con el gas en boga. Si la guerra no cesa, África exportará la hambruna. Y la Ruta Canaria vivirá horas dramáticas.

Es ingrato hablar de esto en mitad de una fiesta. Del precio de la guerra, que se expande como una nube tóxica sobre los dominios que arrasó antes la pandemia, y caen bombas de inflación, hambre e inseguridad en un mundo que ya no es el que era ni lo volverá a ser nunca jamás.

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