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Las contradicciones de la democracia

Siempre que se celebran elecciones al modo tradicional o representativo, como el pasado domingo en Andalucía, es decir, con candidaturas de partidos, coaliciones o agrupaciones de electores, se suscita el debate sobre la democracia directa, la participación del pueblo en las decisiones políticas sin la mediación de los partidos y sin Parlamentos. Pues bien, hay que comenzar recordando que la única democracia factible con carácter general es la democracia representativa; y la democracia directa -o semidirecta- siempre es una excepción sustentada en dos instituciones: el referéndum -consultivo o vinculante- y la iniciativa legislativa popular, la posibilidad de que, con un número determinado de firmas, se pueda instar al Parlamento a debatir una proposición de ley. Y la democracia directa siempre es una excepción, primero por obvios motivos cuantitativos, dado que es imposible reunir en asamblea a miles o millones de ciudadanos (algunos apuntan a las posibilidades que ofrece el desarrollo de la informática en ese sentido); y también es imposible someter a referéndum cada una de las cientos -o miles- de decisiones políticas que conforman cualquier agenda gubernamental. Pero hay una segunda razón, y es que con la democracia directa ocurre igual que con la justicia directa, que tiende al linchamiento y a que los acusados tengan que ser protegidos por la policía. Ahí está el ejemplo del jurado español, único caso en Europa de ese tipo norteamericano de jurado, cuyas decisiones suelen ser más severas que las de los propios jueces.

Esta segunda razón es problemática y debatible, son las llamadas contradicciones de la democracia. ¿Qué hacer cuando los electores votan algo políticamente incorrecto? ¿El pueblo se equivoca? Se dice que los ciudadanos están desinformados, son influenciables y no miden las consecuencias de su voto, como ocurrió en el Reino Unido en relación con el referéndum que decidió su perjudicial salida de la Unión Europea. Pero, entonces, eso será verdad también cuando votan a partidos y Parlamentos. ¿Los electores andaluces no tenían derecho a votar a Vox? ¿Hay partidos a los que no se puede votar? Los electores varones suizos votaron en contra del sufragio femenino en la segunda mitad del siglo pasado, y ese sufragio tuvo que esperar décadas. Los electores californianos votaron a favor de la pena de muerte y en contra de los derechos de los inmigrantes hispanos. Hungría celebró un referéndum sobre la admisión de su cupo europeo de emigrantes, y su resultado fue negativo. ¿Qué hacer? ¿Hemos de concluir que los partidos gobernantes y los Parlamentos traicionan la voluntad del pueblo y la transforman en políticamente correcta y asumible?

No en vano una de las funciones de los partidos es estructurar la voluntad popular, las demandas y los intereses de los electores, y reconducirla a una serie modulada de opciones. Porque una de las disfunciones de los referendos es justamente la ausencia en ellos de modulación; la radicalidad bipolar de votar necesariamente a favor o en contra, sin matices. Por eso, no en vano tampoco, hay democracias muy reacias a su empleo, como, precisamente, la británica. Y, por una vez que lo han utilizado, no han tenido mucha suerte. Son las contradicciones de la democracia, que debemos respetar si somos demócratas.

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