Una noche, hace cerca de cuarenta años, cenando en Cabo Mayor, estaban en la mesa de al lado Ramón Tamames y Marcelino Camacho. El catedrático militaba en esa época en el CDS, de Adolfo Suárez, pero antes había sido compañero del sindicalista de Comisiones Obreras, en el Partido Comunista. Todavía en aquellos años no estaba instalado lo de las militancias a ultranza y algo como la transición y la desaparición del franquismo hacía que fuera normal una ubicación ideológica más versátil sin que por ello se produjeran reacciones de exclusivismo intransigente. Tamames había sido uno de los creadores de la Facultad de Económicas de Málaga donde estudiaban algunos amigos míos cuando yo frecuentaba esa ciudad, y esto hacía que le guardara cierta admiración personal. Los vi en la mesa de al lado. Tamames de chaqueta y corbata y Marcelino con su jersey de cuello alto, con esa perenne imagen de humildad de haber paseado kilómetros reflexivos en el patio de la cárcel. Marcelino era más poderoso y su cabeza blanca, con el pelo ensortijado, era lo que más resaltaba de la escena. Me produjo mucha curiosidad verlos juntos, porque me hacía confiar en un país en donde las reconciliaciones se habían convertido en una realidad. Dos viejos amigos del PCE cenando en Cabo Mayor, en un Madrid abierto al entendimiento, donde ya Felipe González había tomado el testigo de seguir haciendo normal lo que la calle acabaría imponiendo como normal. Las cosas han cambiado mucho. Camacho murió en 2010 y Tamames, desde 2012 es miembro de la Real Academia de Ciencias Sociales y Políticas. Los dos en el santuario donde son retirados los que fueron para que no vuelvan a serlo nunca más. Sin embargo, yo sigo siendo cercano a estos hombres, quizá porque me tocó vivir el tiempo en que ellos entregaron parte de sus vidas en aras de la concordia. Anoche vi a Tamames en la televisión. Estaba hablando de economía, que es de lo que sabe, y se le escapó el exabrupto de que este que tenemos es un Gobierno de ignorantes. La ignorancia no es un insulto sino una carencia, pero referido a quien se le exige conocimiento y experiencia por encima de cualquier otra cosa, se convierte en la mayor descalificación que se pueda pronunciar. Luego me quedé pensando en que Tamames tenía razón y lo que nos faltaba eran personas como él que fueran capaces de salirse del papel de corifeos, alabando cada cual a su señorito y poniendo la verdad indiscutible de las cátedras al servicio de la causa de la ignorancia. Me acordé de esa copla que cantaba María Mérida: “Aprended flores de mí/ lo que va de ayer a hoy./ Ayer maravilla fui/ y hoy sombra de mí no soy.” También me vino a la memoria la canción de Pete Seeger, que cantaba Peter, Paul and Mary, y que decía: “Where have all the flowers gone long time passing, long time ago”. Eso digo yo: ¿a dónde se ha ido ese tiempo que ya me resulta tan lejano? Veo a Ramón Tamames como la voz que clama en el desierto, a orillas de un Jordán al que nadie se acerca para recibir sus aguas milagrosas. Esta mañana he leído un artículo en El País. Siempre El País para sorprendernos cada mañana, donde se habla de los nuevos aires de Andalucía y se compara a Juanma Moreno con la renovación que representa Juan Espadas dentro del socialismo español, como si esa renovación no pasara por relevar a la política del sanchismo y no fuera el propio Sánchez quien apadrinara al alcalde de Sevilla como candidato. Tiene razón Tamames. Nos invade la ignorancia, sobre todo aquella que consiste en estar convencidos de que los demás lo somos. Cierta prensa ayuda un poquito cada día a que las cosas sean así.