tribuna

El mejor oficio

Escribió ayer en El País Juan Luis Cebrián un artículo titulado: “¿El mejor oficio del mundo?” No se refiere al más antiguo, aunque bien podría parecerlo. El que ostenta este título responde a mayores componentes de honestidad que al que alude Cebrián aportando una definición de Gabriel García Márquez refiriéndose al periodismo.

Esto viene al caso después de la denuncia de un sindicato de periodistas americanos con respecto al comportamiento excesivamente falso y torticero de personajes como Ferreras y su equipo de la Sexta. El articulista define la situación en una frase contundente: “No importa si el relato dominante es respetuoso o no con la verdad. Lo importante es el estruendo y la brillantez de la ficción que permita a la audiencia pasmarse hasta quedarse con la boca abierta”.

Esto tiene una importancia real en la situación de los asuntos democráticos, pues, como dice: “afecta a la convivencia social y a la estabilidad del sistema político”. Como todos lo hacen, las influencias pueden quedar compensadas a la hora de elegir quién formará Gobierno; el problema es cuando estas técnicas se utilizan para crear algo que va más allá del estado de opinión y pretende invadir los criterios personales sobre las cuestiones normales de la vida, uniformando el juicio de la bondad de ciertos comportamientos frente a la condena de otros.

En este aspecto la sociedad permanece indefensa porque esa ficción se encuentra justificada por formar parte del mundo del entretenimiento, cuando la verdad es que es más peligrosa que la contaminación en lo político. En el fondo se trata de construir el ambiente para que lo otro se convierta en lo normal y lo factible y así poder triunfar la ideología que más se acerca a defender los paraísos utópicos que hoy son exclusivos de ese progresismo que se nos vende como lo único digno de ser aceptado.

No solo es Ferreras el que demuele desde la Sexta los principios deontológicos de una información veraz, también la Fábrica de la Tele, desde Telecinco, hace lo mismo con efectos más devastadores. En fin, que como siempre Cebrián acierta en sus juicios. Pero Cebrián es denostado por los acólitos de las nuevas técnicas y es arrumbado al mundo de lo obsoleto y anticuado, como si la historia no hubiera tomado nota de periodos de descontrol iguales al que estamos atravesando.

Hace muchos años que escribí mi primer artículo en la prensa, más de cincuenta, luego hice colaboraciones en la radio y al fin desempeñé la responsabilidad de información en la primera Junta preautonómica. No soy nuevo en esto, a pesar de que para muchos lo nuevo tiene obligatoriamente que coincidir con el día en que ellos llegaron. Está muy bien que Juan Luis Cebrián escriba de vez en cuando sus opiniones, más que sensatas, y que El País las publique en un alarde de independencia que suele escasear durante los largos periodos de tiempo en que permanece callado.

Debería existir un foro que se esforzara en descontaminar tanta podredumbre informativa, porque también esto ensucia el medioambiente. Así podríamos decir, con Gabriel García Márquez, que el periodismo es el mejor oficio del mundo. Por el momento no es así, y las prostitutas, con todo el respeto que me merecen, demuestran una mayor honestidad en el ejercicio de su profesión. Claro que hay excepciones. Me atrevería a decir que la inmensa mayoría se siente incómoda con esta práctica, pero, nos guste o no, esto es lo que hay.

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