tribuna

Guerra o enfrentamiento de economías

Dice el periodista e historiador alemánWolfgang Schivelbusch que la guerra siempre, y por encima de todo, es el enfrentamiento entre dos economías, que han sido los factores económicos y no los militares los que han decidido todas las guerras de la Edad Moderna.

En su libro La cultura de la derrota, Schivelbusch estudió el descalabro alemán de la Primera Guerra Mundial y el espíritu de renacimiento y de afán de futuro del pueblo germano para estar listo años más tarde para emprender la conquista de toda Europa, afortunadamente fallida.

Para el periodista e historiador alemán, la guerra se ha convertido en un fenómeno en el cual los recursos humanos y materiales son enviados al campo de batalla para ser destruidos, con lo que solo la parte económica más sólida, el vencedor, se mantiene en pie.

¿Quién será el vencedor del pulso OTAN-UE-Ucrania contra la Rusia de Putin? Los primeros dotan de armas a los ucranios, Rusia juega con su gas para amenazar a sus contendientes. No hay proporción entre las economías que reúne el eje OTAN-UE y la Rusia actual. Si nos llevamos por Schivelbusch, la partida la ganarán los primeros, tarde o temprano, pero entre ese forcejeo de economías se halla el potencial nuclear del que puede hacer uso un Putin disparatado, una posibilidad bastante remota, pero no lo bastante remota para que lo que se llama Occidente se piense cada paso que da en favor de la causa defendida por Volodimir Zelenski con tanto ardor guerrero como incógnitas sobre su proyecto de frenar la invasión de sus poderosos vecinos.

Pero también fuera de Europa y de Rusia se juega la partida ucraniana, y muchos países de Asia, África y la América Latina empiezan a culpar a Bruselas y a Washington de la crisis económica mundial que los convierte en víctimas indirectas de los conflictos fronterizos entre Ucrania y Rusia y de las sanciones que la Unión Europea y Estados Unidos han impuesto a uno de los contendientes.

Hasta ahora la moral europea está alta. La presidenta de la Comisión Europea acaba de reconocer que la invasión rusa de Ucrania ha desencadenado el nacimiento de una nueva era en la Unión, con un acelerón sin precedentes en la integración económica, comercial, sanitaria y militar. Ursula von der Leyen ha mirado para otro lado en lo que respecta a la crisis italiana y al posible ascenso al poder de organizaciones políticas eurófobas, en lo que se refiere a los titubeos de los dirigentes húngaros en todo este lío y en lo que tienen de ciertas otras incertidumbres, sobre todo lo que va a significar el próximo invierno para los veintisiete miembros de la UE enfrentando la crisis energética y la subida de precios.

Si nos fijamos bien, seguimos hablando de economía mucho más que de guerra, una guerra, la de Ucrania que se ha convertido en un anacronismo si miramos a la historia última de Occidente, esa historia que allá por los años noventa del siglo anterior un joven pensador político estadounidense, Francis Fukuyama, había decretado su fin de forma metafórica y hegeliana, con gran éxito en todo el mundo, sin darnos cuenta de que las teorías tanto políticas como económicas siempre encuentran acontecimientos que terminan por enterrarlas.

Precisamente Fukuyama, en su último libro, Identidad, de 2018, nos recuerda que las economías prosperan al tener acceso a los mercados más grandes posibles, donde las transacciones se realizan al margen de las identidades de compradores y vendedores, lo que conocemos como globalización, esa globalización que Graça Machel, la hoy dirigente africana conocida sobre todo por haber sido la última esposa de Nelson Mandela, denuncia como un proceso que ha hecho rico al 10 % de la población mundial, ha debilitado al 40 % constituido en clase media menguante y ha hundido al 50 % , que Machel denomina el fondo de toda la humanidad.

La partida se juega entre gigantes, Estados Unidos y Europa, China, India, Brasil… Los mercados mandan y ordenan y desordenan las guerras. Según el mismo Fukuyama, la esperanza de los fundadores de la Unión Europea era que la interdependencia económica hiciera que la guerra fuera más improbable y que la cooperación política le siguiera los pasos.

Y así ha sido durante muchos años. Pero nadie contaba con que al oeste de ese occidentalismo culto y conquistador del bienestar colectivo se encontraba una federación rusa herida en su orgullo por el fracaso de la antigua URSS, con delirios imperiales renovados y guiada por un hombre que, al menos por ahora, ostenta un liderazgo inquietante que nos deja fríos con amenazas nucleares que hacen temblar a la ciudadanía de todo el planeta. En la correlación de fuerzas económicas, políticas y militares, entra el factor nuclear como descompensador de todas las teorías hasta ahora respetadas por universidades y cancillerías.

Nunca la historia estuvo más abierta y más viva, nos faltan las palabras para siquiera intentar un pronóstico sobre lo que nos sobrevendrá. Esperemos que, en el mejor de los casos, la economía se imponga y los estados preserven la salud y el bienestar de sus pueblos.

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