Dios me libre de ser un experto. Un experto suele ser alguien que informa de algo que esté al servicio de una idea, si no, no lo contratan. Los expertos independientes no existen, porque tienen que ser guias de las pautas a seguir, y esto no interesa que ande muy suelto por correr el riesgo de convertirse en el primo de Rajoy. La ONU es el refugio habitual para los expertos, y desde allí pontifican para que medio mundo haga caso de sus recomendaciones y el otro medio se las pase por el arco del triunfo. Los expertos son los garantes de la creación de un ambiente catastrófico que es un buen caldo de cultivo para provocar vuelcos sociales. Lo que ellos dicen va a misa, a pesar de que exista otra parte de la comunidad científica que plantee las cosas de otra manera. Los expertos no aportan soluciones, acusan y señalan con el dedo a los responsables de las situaciones desgraciadas. Los expertos aplauden y propician el surgimiento de movimientos desestabilizadores que hacen de sus voceros más fanáticos. Los expertos tienen el monopolio de la verdad, y no intentes discutírsela porque siempre la tendrás perdida. Los expertos son intelectualmente superiores porque ostentan el beneficio de la inteligencia. Algo parecido a lo que dice Jaume Asens hoy en La Vanguardia, demostrando que esa facultad le pertenece en exclusiva a la izquierda. Es complicado navegar solo por un océano rodeado de expertos que te dicen lo que tienes que hacer y como debes pensar para estar orientado en el territorio de los aciertos. A los demás no nos queda otra que vivir en el infierno del error permanente. Los expertos movilizan, conciencian, sensibilizan, visualizan y todas esas cosas que han pasado a ser actitudes propias de seres elegidos. A los demás no nos queda otra que andar balbuciendo tonterías que pronto serán denostadas y desacreditadas por grupos nutridos de expertos infalibles. Yo no soy experto ni lo quiero ser. Fíjate que sin serlo ya me acusan de ser el diletante que se atreve a transitar por un ámbito exclusivo que no le pertenece. Antes estaba de moda una de esas adivinanzas para zotes, la que decía: “blanco por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga espera”, equivalente a preguntar quién era el dueño del caballo blanco de Santiago o el padre de los hijos de Zebedeo. Ahora he leído en un artículo de Óscar Izquierdo la definición de sandía: “rojo por dentro y verde por fuera”. En esa identificación proliferan expertos que han adquirido sus conocimientos técnicos de la noche a la mañana. El problema de la existencia de los expertos es que no hay un grupo de contra expertos que pueda rebatirles sus indiscutibles propuestas. Ellos forman parte de lo políticamente correcto, porque un coro de plumíferos acólitos se dedica a bendecir sus declaraciones sin posibilidad de réplica a riesgo de engrosar las filas del negacionismo. Los expertos están abriendo las puertas a un mundo orweliano en el que la sensatez no tiene cabida. Hay expertos medioambientales, económicos, laborales, sociales y culturales que están dispuestos a corroborar las medidas, acertadas o no, que adoptan aquellos que les pagan. Yo no soy experto ni lo quiero ser, arriba la barca, una, dos y tres. Termino con una canción infantil cuando en realidad me ha salido algo parecido a “Les flamandes”, de Jacques Brel.