Si Zaporiyia no fuera la premonición de un segundo Chernóbil, viviríamos ignorantes del peligro y agosto se iría disolviendo como más de lo mismo de esta letanía de 2022. Pero es una bomba al lado de casa, de Europa, donde a la guerra solo le falta un accidente o un ataque nuclear, como diría António Guterres, el Quijote de la ONU que se enfrenta a los molinos sin un Sancho Panza que dé crédito al personaje.
En Luz de agosto, Faulkner, hace ahora 90 años, describió un mundo violento bajo el que Lena Grove perseguía al hombre que la embarazó. Era un tiempo oscurantista en Yoknapatawpha, como ahora en todas las esquinas del planeta, que es un mismo sitio exponencial.
De modo, que ha sido un agosto de furia y guerra, un mes feroz y sórdido, sin esperanza de luz. Oscuro agosto de escaparates apagados y miedo clínico al terror de Putin, que matará de frío a Alemania y Europa si no se proveen de un cargamento de mantas esperanceras. Medio año después de la invasión, contamos los días como cuando la erupción del volcán. Pero el fulgor de agosto ha sido fulminante. Cayó en julio Boris Johnson (bajo el mismo rayo que abatió a Draghi ) por su partygate y la primera ministra finesa, Sanna Marin, debió disculparse por cantar y bailar en privado. Sanna la fiestera, la apodaron los enemigos (la ultraderecha se autodenomina Verdaderos Finlandeses), como si en el Bután de Europa estuviera prohibida la felicidad, como en Raqqa los islamistas abolieron la risa y la filosofía. Cuesta creer el oxímoron de Helsinki con el burka de este agosto como si fuera la capital del califato, choca como un golpe de calor ver a la joven política socialdemócrata (36 años) reivindicar el derecho a la alegría y la diversión en un mitin de lágrimas tras el escándalo. Llueven bombas y no son de espuma de baño, hemos perdido el norte. Finlandia, la más feliz de Europa estadísticamente, va a entrar en la OTAN y ya es otra. Como Faulkner, conviene desenmascarar el puritanismo de este mes caluroso en el hemisferio boreal.
Hacer la biografía de agosto, el mes que se va, es nombrar los papeles de Trump, el afidávit del registro y los informes secretos que se llevó consigo a lo que él llamaba la Casa Blanca de invierno, en Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida), que le pueden costar la cárcel. Es hablar del demonio Putin en la vuelta al cole, de los ángeles caídos que gobiernan países en un mundo sin manzanas ni paraísos, con nuevos mitos y religiones, y de la ausencia de un Dios terrenal para ir al cielo si llega el Juicio Final en manos de esta panda de secuaces.
Hacer el obituario de agosto es hablar del gas como canon que pagaremos caro. De América a la izquierda del mundo, de Petro y la espada de Bolívar, y del regreso de Lula con las canas de la cárcel. De la otra pandemia, la inflación, que hará saltar gobiernos y pondrá contra la pared los dos hemisferios de este globo, el capitalismo y la democracia, cuando emergen los primeros falsos demócratas iliberales como una saga de impostores emergentes. Del sigiloso retorno de Mussolini al Coliseo de Roma, donde hay nostalgia del coloso de Nerón. Y del verano que anticipó el cambio climático con una demostración de fuerza de su arsenal de fuego, calor y sequía, como las maniobras de Xi Jinping.
Agosto es Taiwán amenazada por China tras la visita de Pelosi. Es Salman Rushdie apuñalado con saña treinta y tantos años después por los versos satánicos. Y es la hija de Duguin envuelta en llamas en un atentado apócrifo. Es Ucrania, Ucrania, Ucrania, con su aquelarre de bombas, y un cohete de paz, considerado el más poderoso del mundo, que ha tenido que abortar su lanzamiento espacial con la nave que retoma la vuelta a la Luna. La bala disidente se aplaza a septiembre y el maniquí explorador, el comandante Moonikin Campos, permanecerá a la espera, como todos nosotros, expectantes, porque en este infierno pronto ya no se podrá vivir, agostados de tanta luz de gas.