tribuna

Oded Gador

Dice Oded Gador, el filósofo nacido en Jerusalén, que “la falta de libertad de flujo de información libre bloquea el progreso y eso tiene un enorme impacto económico”. Dice más cosas en la entrevista que hoy publica La Vanguardia, por ejemplo que deben aplicarse medidas específicas a cada país para conseguir la igualdad, y que en este aspecto no funcionan acciones globalizadoras, pero yo me quedo con lo de la libertad informativa, que no es aplicable solo a Rusia o a China sino a otras técnicas de control de medios que han sido desarrolladas en algunos estados sudamericanos y sugeridas en España, no hace demasiado tiempo, por quien aseguraba que venía a conquistar el cielo. Una sociedad moderna no es solo aquella en la que se alcanzan mayores expectativas de vida o el conocimiento de sus miembros ha aumentado exponencialmente, sino además la que tenga la oportunidad de que esos logros puedan ejercerse en un ambiente de libertad. En este aspecto es extremadamente importante ese flujo de información libre al que se refiere Oded Gador. La libertad no consiste solo en disponer de un dial para seleccionar la información que se desea recibir, además es necesario el fomento de las opiniones diversas como una exhibición permanente de su carácter tolerante. No es recomendable un lugar en el que la opinión contraria no sea admitida como una discrepancia natural, que sería lo acertado. Frecuentemente se convierte en objeto de persecución intelectual, llegando a ser una manifestación proscrita si no coincide con lo que previamente ha obtenido el marchamo de la corrección, por seguir el sentido único de lo que establece la oficialidad. La oficialidad, en este caso, puede ser cambiable, al menos en un sistema democrático lo es, y, por tanto lo verdadero y razonable lo será por períodos, en función de quien gobierne, convirtiendo cada legislatura en un pequeño proceso revolucionario, y así no es. Quiero decir con esto, que la carencia de flujo libre informativo es algo relativo si se erigen castillos inexpugnables para el refugio de las ideologías. En un proceso democrático se vota para que un equipo desarrolle un programa, no para imponer definitivamente una forma de pensar y que ésta se convierta en la única posible. Hay mucha gente que confunde estas cosas y nos conduce a situaciones de carencia como las que denuncia Oded Gador. Se podría afirmar que Gador se pronuncia desde los EE.UU., y esto podría servir a cierto sector para acusarlo de escaso progresismo, dado que esta circunstancia se amolda más a lo que hoy aparentemente, y digo solo aparentemente, nos resulta más cercano a nuestra vocación progresista, pero lo cierto es que, a raíz de la guerra de Ucrania, si es que ya se la puede llamar así, el mundo parece dividido de nuevo en los dos grupos de siempre: los que defienden a un sistema democrático de libertades y los que no consiguen quitarse de encima al totalitarismo. En medio hay híbridos que no aciertan a orientar sus corazones definitivamente en un sentido o en otro. Marchan hacia un futuro de libertad y progreso, pero aún no han logrado quitarse de encima el lastre de sus ideales originales, sobre todo en ese complejo, casi cristiano, de defender la fe verdadera, ante la que no cabe otra posible. Es la herencia de tantos años de posicionamiento durante la guerra fría. En los tiempos de la Transición se cantaba lo de “Libertad sin ira”. Ahora la hemos vuelto a teñir de un poco de intolerancia, siguiendo la consigna de que en la tensión es donde se obtienen los mejores beneficios. Mientras tanto aumentan las voces de los que consideran que un valor tan sensiblemente indefinible como la calidad democrática, esta entrando en un déficit alarmante. Yo creo que se trata de algo circunstancial, como lo es todo lo que nos rodea en este momento. Quiero decir que es recuperable.

Condiciones
extremas
La cosa está que arde. Nunca mejor dicho. Esta era una frase que solía utilizar Pedro González cuando aumentaba la tensión. Hay gente a la que le gusta jugar en campos embarrados y añade situaciones extremas antes de empezar el partido. Salir de un problema calificado como apocalíptico tiene un mérito añadido, y si además logramos atemorizar al personal nadie conseguirá chistarnos a la hora de imponer la autoridad en aras de la salvación de una situación muy difícil. Todo se intenta hacer al grito de “todos a una”, como en Fuenteovejuna, pero esto sirve tanto para matar al comendador como para intentar someterlo a la voluntad única del pueblo, con lo cual el principio de autoritas se vería doblegado por el de la soberanía popular, y, en ningún caso, por muy representativo que sea, esto sería recomendable. La aprobación del decreto de ahorro energético se ha visto adobada por un ambiente de máximos, una situación ardiente en la que el fuego amenaza más allá del horizonte. Así arderemos todos si no arrimamos el hombro y si lo arrimamos no existen garantías de que no lo hagamos también. El miedo se ha puesto sobre la mesa de forma más que intencionada. De esta manera, si se cumplen los pronósticos catastrofistas, la culpa la tendrá el que no haya apoyado unas medidas que solo sirven para unos meses y que en cualquier caso tienen la promesa de ser modificadas durante su tramitación. Como plato previo tenemos las declaraciones de Margarita Robles, la imagen de la moderación, que anuncia la llegada de un invierno duro, muy duro, según sus apreciaciones. No ha quedado atrás la vicepresidenta Ribera cuando dice que este verano será el menos caluroso entre los que nos quedan de vida. No parece muy halagüeño este pronóstico que viene teñido de día del juicio final. El miedo de nuevo sobre la mesa en su expresión más cruda. Se barrunta el ocaso de los tiempos y nos quedamos como si nada porque de lo que se trata es de forzar la colaboración de alguien al que conviene, por todos los medios, dejar fuera de la solución. La pregunta es, si se sabe que esto es así, por qué no se apoya al menos con la abstención. Hay algo muy turbio envolviendo este asunto. Hasta Fernando Jáuregui calificó la sesión de ayer como estrafalaria, y en buena parte lo fue. Siempre he creído en que las predicciones del Armagedón actúan como revulsivos para hallar soluciones a nuevas formas de vida. Las tecnologías no salvarán del desastre y la vida será posible de otra manera, como siempre ha ocurrido. Hace muchos años que abandonamos la cabaña para aposentarnos en los rascacielos. Cuando estos no funcionan la solución no se encuentra en volver a lo primitivo, como pretenden algunas minorías que hacen demasiado ruido, se halla en poner a prueba otros sistemas que, a buen seguro, ya están en la mente de los diseñadores del futuro. Sin embargo el discurso es el del aviso de la llegada del caos. La mente humana no es caótica aunque a veces enferme y se convierta en eso. La vida posee una gran fuerza y se aferrará a cualquier nueva circunstancia con tal de no desaparecer. En eso consiste la evolución. También las sociedades están sometidas a estas reglas generales. Hablar del final de nuestros días, no sé si se refiere a los de una generación concreta, es limitar las esperanzas a una entrega derrotista, o quizá no sea otra cosa que meternos el miedo en el cuerpo para alimentar fines espurios.

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