Son tiempos para hacer periodismo y ahora esta es una profesión que se cotiza casi a la altura de los oráculos griegos. El periodista, antaño arrojadizo y presuntuoso, se descubre influyendo de un modo inusitado, a posta o a su pesar, en los ciudadanos y gobernantes, en los popes empresariales y grupos de inversión que dirigen la economía y, por tanto, el mundo. Las finanzas, la política y las calamidades del clima y la guerra son materiales de trabajo de un periodismo industrial totemizado que es menos romántico y más pragmático y aleccionador, menos diletante y más productivo y vidente cada día que pasa, nunca tan determinante como ahora. Mientras los partidos han perdido ideología, el periodismo se ha inventado una propia, que las niega todas y rediseña el futuro, que ha muerto.
El periodista tiene el peso del globo sobre sus hombros, como el Atlas, sabe que ya no es un incordio ingénito que perturba el desayuno de las élites sin más propósito que el viejo oficio malquistado que eligió. Ahora es un nigromante concernido, el profeta involuntario que se ve envuelto en una misión imprevista, como el cómico Zelenski, transmutado en comandante en jefe de una guerra al que todos preguntan cada mañana qué hacer. La risa triste de un payaso con casco militar.
El destino ha extraviado los cometidos y el periodista es ese médium de los medios en una época sin luces, certezas, ni verdades. Es el Prometeo de estas horas ciegas que sube cada mañana al monte Olimpo y roba el fuego de los dioses para devolvérselo a los hombres en el tallo de una cañaheja para alumbrar y dar calor. ¿Quién lo metió en esta gesta que le exige tales hazañas cuando su áspera biografía de buscavidas le había definido como un llanero solitario, un justiciero a galope abriéndose paso entre secuaces? La historia en su infinita caja de sorpresas.
Sin proponérselo, el periodista contemporáneo se ve inclinado a escribir por igual de los problemas vecinales de su barrio como de los asuntos que afligen a 7.000 millones de seres humanos. Puesto en cualquier lugar del planeta, tiene ante sí el mismo trasunto: un tiempo muerto, la paradójica parada del reloj del mundo cuando más rápido todo acontece. Y su función es orientar, llevar consigo la llama de los dioses hacia el pebetero constantemente.
El clamor de Macron declarando esta semana “el fin de la abundancia” forma parte de la materia prima con que ha de trabajar su manufactura diaria. Cualquier incendio forestal es una réplica a escala de las llamas en España y Europa. La guerra de Ucrania, seis meses después, es un aldabonazo que suena en todas las capitales, de Washington a Santa Cruz. Y viceversa, ya vimos que el volcán de La Palma restalló en todo el planeta.
Los medios ecuménicos de ahora ya no se conciben de puertas adentro sino de puertas afuera. Bernard-Henri Lévy, cuyas columnas y reportajes de EL ESPAÑOL en nuestro periódico fijan estos puntos de vista de un modo magistral -el periodista omnipresente, faro y apóstol de una verdad tergiversada-, nos aporta la condición del filósofo que se nutre de la actualidad, donde ya sabemos que no hay dirigentes con suficiente valía ni se les espera. ¿Está vivo Umbral? El periodismo actual se le parece, con sabor a sus uvas doradas sobre el instante luminoso de la juventud, en mitad de este mosto envejecido.
Periodistas que han de liderar un mundo que se quedó sin líderes. Algo terrible y, sin embargo, cierto, que resumió Flaubert: “Los dioses no estaban ya y Cristo no estaba todavía, y hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”.
Cena providencial en el Mencey
En una mesa del hotel Mencey, hace poco menos de siete años, el 24 de enero de 2016, cenábamos, ajenos al giro que iban a dar los acontecimientos al lustro siguiente, Pedro J. Ramírez, Lucas Fernández, el exdirector de DIARIO DE AVISOS José David Santos y un servidor. EL ESPAÑOL estaba recién salido del horno. El mundo parecía en ese momento una convincente promesa de paz. Diríase que éramos felices y no lo sabíamos. El periodista que se curtió en las aguas turbulentas del caso Watergate cuando iniciaba su travesía en EE.UU., miraba continuamente su tablet como si mimara a la criatura que acababa de procrear, como su gran desafío, tras ser apeado del periódico El Mundo después de una trayectoria triunfante. Mario Alonso Puig ha descrito ese síndrome del héroe que se juega su destino dando un vuelco a su vida, como el resultado de una premonición irresistible que estremece los cimientos del individuo y lo arroja al vacío hasta el éxito final.
En un instante de la cena, Lucas Fernández hizo algunas sugerencias a Pedro J., y en particular una propuesta sobre el modelo de expansión del periódico digital que acababa de fundar. En ese momento reinaban las grandes cabeceras de los medios impresos (El Mundo, El País, La Vanguardia…) y los digitales con más tradición, como el Confidencial y OK Diario.
Ramírez levantó la cabeza, hizo una pausa, y pareció sellar un acuerdo que se concretó al día siguiente, antes de su conferencia en nuestro Foro Premium del Atlántico. Esto ya forma parte de la historia del periodismo español.
Aquella noche, DIARIO DE AVISOS, recién adquirido por la empresa de producción de Lucas Fernández, Grupo Plató del Atlántico, se convirtió en un socio preferente de EL ESPAÑOL. Y al cabo de casi un septenio, los dos periódicos, EL ESPAÑOL y DIARIO DE AVISOS, están tocando con las manos las manzanas de oro de esta suerte de Jardín de las Hespérides del universo nacional y local del periodismo que nos concierne. El periódico de Pedro J. acaba de alcanzar el liderazgo de usuarios digitales de España, un caso inédito en el ranking de la comunicación de cualquier latitud, y el periódico de Lucas Fernández viene de dar un salto histórico en la audiencia de lectores regionales hasta lograr un empate técnico con su más directo competidor.
En las nuevas condiciones que definen el estado de cosas, hay que convenir, como decía al principio, que estamos viviendo circunstancias especiales que llaman a filas al periodismo, todavía bajo una pandemia y, por si fuera poco, bajo una guerra que, según el secretario general de la ONU, António Guterres, está siendo la tentación más arriesgada de la antesala del peligro que precede a una guerra nuclear. Pues con estos mimbres ha de hacer cada día su cesto el periodismo en la boca del lobo del año 22 del siglo XXI. Tanto DIARIO DE AVISOS, que data de 1890, como EL ESPAÑOL, que está a punto de cumplir siete años de vida, son reflejo de su tiempo, de este nuevo periodismo que se ha vuelto el oficio de las preguntas y las respuestas más urgentes.
Felicitemos a EL ESPAÑOL, que, de acuerdo con lo dicho, no es solo un periódico sobre España, sino, por ende, sobre el mundo, ese mismo patio con distinto nombre donde antes y ahora hizo el cesto en cuestión su creador, el periodista oracular Pedro J. Ramírez.