tribuna

Una guerra larga

Anoche escuché a un almirante retirado en 13 TV que ni Rusia ni Ucrania están interesados en que acabe una guerra que oficialmente no existe, solo se trata de una operación militar. Las razones que esgrimió me parecieron convincentes, sobre todo ante la posibilidad de que el conflicto pueda alargarse y al final acabar en nada. La pregunta entonces es para qué. Para qué tanto sufrimiento, para qué tanta inquietud, para qué tanta movilización de sentimientos y para qué tantas consecuencias nefastas en el resto de los países del ámbito europeo. Como se dice en Hamlet, “algo huele mal en Dinamarca”. Tantas cosas no pueden venir juntas: una pandemia, incendios provocados, verano caluroso, nevadas en invierno, inflación, una crisis política detrás de otra y encima una guerra que aparentemente no sirve para nada. ¿Qué está pasando aquí? Afortunadamente ha aumentado la venta de libros, pero desciende la natalidad. Estoy seguro de que algo positivo saldrá de todo esto, a pesar de las visiones de catastrofismo que nos invaden. La humanidad siempre reacciona para seguir adelante. La vida tiene una fuerza increíble y se agarra a las condiciones extremas para sobrevivir. Lo aprendí leyendo sobre los seres llamados extremófilos que son capaces de hacerlo en las peores condiciones. De lo peor termina saliendo lo mejor. Esto viene implícito en la teoría de la incitación y la respuesta de Arnold Toynbee, según la cual la Roma fundada por los gemelos Rómulo y Remo surgió de unos terrenos pantanosos y la ciudad de Nueva York de un lugar inhóspito, lleno de mosquitos y cenagales, en la desembocadura del río Hudson. Espero que lo que estamos pasando desemboque en un renacer esperanzador con cambios importantes para la convivencia. Por ahora es un hervidero desordenado donde se mezcla la sensatez con el activismo y se ensayan las soluciones de siempre, aquellas que estaban adormecidas por su fracaso continuado. Lo que vendrá después será nuevo o no será. Parece que vivimos en un mundo que está dando sus últimos estertores, pero en realidad está alumbrando un nuevo escenario donde se corrijan los errores y se aproveche lo bueno que venimos arrastrando en una tradición positiva. La vida es continuidad. Al menos es lo que dice Georges Bataille en sus estudios sobre el erotismo. Por tanto en esa continuidad se debe producir el afianzamiento de lo reconocido como válido y el desecho de lo que no nos sirve. No vale decir que estamos pasando por una de esas fases de revisión porque la civilización está permanentemente en ella, a pesar de que nos creamos inmersos en largos periodos de sopor, donde las cosas se repiten sin alteraciones. El mundo debe aligerarse de profetas y salvapatrias. Eso es regodearnos en la permanencia de las decisiones erróneas y de las catástrofes ideológicas ampliamente testadas. El análisis de los que nos gobiernan es “agárrense que vienen curvas”. Para este viaje no hacen falta alforjas. Ni un aliento de esperanza, ni una referencia al futuro, todo como una alusión al karma justiciero por haber elegido lo que no debíamos. Saldremos de esta poniendo las prioridades en el lugar que les corresponde y desterrando todo fanatismo agorero que pretenda adelantarse a los acontecimientos. Ahora en Francia se sienten incómodos por tener que soportar el paso de un gasoducto para ayudar a los verdes alemanes que se negaron a implantar las nucleares, esos llamados sandías, rojos por dentro y verdes por fuera, que actúan como residuos huérfanos de una idea obsoleta cuyas recetas no son recomendables para actuar con inmediatez. La guerra acabará. Si no sacamos ninguna consecuencia de ella estaremos abocados al fracaso. Si lo hacemos, cabalgaremos sobre la grupa del caballo que nos llevará a un mundo mejor. De nosotros depende.

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