La enfermedad del hígado graso no alcohólico afecta a uno de cada cuatro españoles, y la denominada ‘dieta occidental’ -rica en azúcares añadidos y grasas procesadas- es la principal responsable. Ahora, un ensayo realizado por investigadores de la Escuela Keck de Medicina de la Universidad de Californa del Sur (USC) y publicado en Frontiers in Immunology aporta información sobre la relación entre la enfermedad hepática y nuestra alimentación. En concreto, cómo los niveles de colesterol van dañando el tejido del hígado a medida que aumentan.
Los investigadores han demostrado en modelos de ratones con hígado grado que su enfermedad empeoraba cuando presentaban altos niveles de colesterol, que agravaban efectos nocivos como la inflamación o la aparición de cicatrices en el tejido hepático. Este tejido cicatrizado demostró ser incapaz de regenerarse incluso cuando se proporcionó a los ratones una dieta baja en grasa para corregir sus niveles de colesterol. A todos estos deterioros se suma una alteración de unas células inmunes, los macrófagos, vinculados a la progresión del hígado graso.
“Lo que vimos fue que, si sigues una alimentación elevada en azúcares y grasas, y le añades altos niveles de colesterol, todo ello acelerará el proceso que provoca la inflamación del hígado”, explica la Dra. Ana Maretti-Mira, profesora asistente investigadora de la Escuela de Medicina de la USC. “La gente se centra en el riesgo para el corazón cuando piensa en el colesterol elevado, pero hemos demostrado que el hígado también puede verse afectado, sufriendo inflamación, cicatrices, y potencialmente cirrosis“.
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Para llegar a este resultado, los ratones fueron divididos en tres grupos, según el nivel de colesterol que recibirían en su dieta durante 20 meses, equivalentes a la mitad de su vida. El grupo bajo en colesterol solo recibió una cuarta parte de lo que se le proporcionaba al grupo intermedio, mientras que el grupo alto tomó 25 veces más que el bajo. Al término del ensayo, todos mostraban síntomas de hígado graso, pero la enfermedad se encontraba en estado avanzado en el grupo alto en colesterol, con signos de inflamación y cicatrización del tejido hepático.
A continuación, se les cambió de dieta, reduciendo el colesterol para todos pero manteniendo los azúcares y grasas. Diez semanas después, la inflamación se había reducido para el grupo con el hígado más afectado, pero las cicatrices no se habían curado como en los dos otros grupos. La pérdida de la capacidad regenerativa del hígado terminaría conduciendo a un proceso de cirrosis no alcohólica.
Además, Maretti-Mira y su equipo analizaron la actividad de los genes que controlan la actividad de los macrófagos involucrados por la respuesta inflamatoria inmunitaria. La dieta baja en colesterol activaba las funciones restaurativas de estas células inmunitarias, pero si los animales habían consumido elevadas cantidades de colesterol primero, los genes causantes del daño cicatrizante no se desactivaban.
“Nuestra dieta es abundante en carbohidratos. Se encuentran en las bebidas azucaradas, el pan blanco, el arroz y la pasta“, valora Maretti-Mira. “Y nos gustan mucho los alimentos fritos, lo que añade grasas al total. En paralelo, llevamos una vida mucho menos activa de lo que solía ser, por lo que terminamos ingiriendo muchas más energía de lo que nuestro cuerpo necesita realmente”. Sin embargo, el colesterol cumple una función básica en nuestro organismo, recuerda, por lo que no es aconsejable prescindir de las grasas alimentarias por completo.
“Todo pasa por encontrar un equilibrio saludable”, concluye la investigadora. “Si lo que estás comiendo, y las cantidades, está provocándote una inflamación excesiva en el hígado, ha llegado el momento de empezar a cuidarte. Cambia tu alimentación, haz ejercicio y ponte a quemar esa grasa que de lo contrario se acumulará en tu hígado y terminará provocándote daños a largo plazo”.