Vivíamos una comida propuesta por el crítico de cine Carlos Boyero. Todos los allegados permanecíamos ante la mesa en un Madrid caluroso y en compañía agradable. De manera que platos, parabienes, risas, postres, copas y… Surgen las historias. La más graciosa la contó el ensayista Fernando Castro Flores. Estaban en Santo Domingo, en un bar de mala muerte. Fernando habló de un desdén de un nativo contra los españoles. Llegó la hora de la pelea. El discrepante se alzó decidido y se dirigió al gracioso con intenciones. Cuando alzó el brazo su codo chocó contra una pared. Volvió a intentarlo y lo mismo. Giró el tronco y descubrió pegado a su espalda a un fornido negro de más de dos metros de alto. “La muerte es así de siniestra”, se dijo. Y lo oyó: “¿Te quieres quitar delante”, “helmano, que me meo?”. El jolgorio duró hasta la mañana. Todos amigos. Otra la revivió JJ Armas Marcelo. Fue el día en que visitó París el poeta Nicolás Guillén. Para su enfado, no lo recibió con honores el embajador Alejo Carpentier. El autor de El siglo de las luces andaba en un compromiso con una mujer en Oslo. Cuando el grande regresó a Cuba, informó con detalles al Comandante y Jefe Fidel. Castro llamó a su despacho a un ayudante diligente. “Háganle llegar un buen ramo de flores al Embajador de Cuba en París, para lo que fuere menester”, ordenó. La tercera: el día en que cumplió años Vargas Llosa, los amigos se acercaron a su casa y gritaron: “¡Regocijo: el Malecón Paul Harris ya no se llama así; se llama Malecón Mario Vargas Llosa!”. Meses después, el escritor recibió una carta oficial de su ayuntamiento en la que se le notificaba que por unanimidad los concejales decidieron restaurar el nombre de Paul Harris para el malecón famoso de Lima. Mas hete aquí que la mala conciencia del edil no lo dejaba descansar. Los remordimientos se vieron compensados por una idea ilustre: la esquina en la que se levanta la casa de Vargas Llosa resolvería el problema. Hecho. Poco después de lo dicho, un vecino abordó al novelista. Le dijo: “Usted me ha jodido la vida, porque ya no recibo cartas”. La cuestión era que los carteros no encontraban modo de identificar un número en una dirección tan ilusiva como el Infierno de Dante. Unas veces aparecía escrito en el sobre “Malecón Paul Harris” y otras “Mario Vargas Llosa”, que está en el Malecón Paul Harris. Un dilema irresoluble que, en verdad, puede fastidiarle la vida a algunos hombres. Eso contaron.