por qué no me callo

Las otras historias del volcán

Las historias del volcán tienen la épica de los dramas humanos en grado máximo, donde el hábito innato de supervivencia choca contra la pared. Hemos visto en La Palma los murallones de lava, las coladas superpuestas devorando poblados y cementerios, y el impacto emocional de miles de evacuados que asistían al éxodo de los damnificados. Muchos perdieron la casa, la escuela y la esquina de los juegos infantiles para siempre.
Sin salir de la isla, los lugares y recuerdos dieron un salto en el tiempo y desaparecieron de la vista durante la erupción. El Vesubio palmero no se cobró víctimas instantáneas, a falta de esclarecer la del vecino muerto durante la limpieza de ceniza de las casas, pero, como dice Alfonso Escalero, no podemos pasar por alto que en los meses del volcán de Cumbre Vieja aumentaron las muertes un 35,9% en La Palma, con respecto al último quinquenio, según un estudio de Rafael Cascón, de la Universidad Politécnica de Madrid, con datos del INE. Bajas que no cabe atribuir a los decesos de la pandemia. Recuerda Escalero el caso del párroco muerto de miedo en la crisis del volcán dé Güímar en 1705. Y describe a miles de vecinos del Valle deambulando por las calles inhóspitas “tras perder su casa, su barrio, su trabajo, su entorno, su escuela, su iglesia, su identidad”.
Estas paginas (estoy hablando de Las otras historias del volcán, un libro entrañable sobre las entrañas de la isla devorada por la erupción iniciada hace ahora un año) están escritas con la impotencia del hombre ante una catástrofe de esta naturaleza y con la inocencia generosa de todo buen quijote contra las aspas de un volcán.
Alfonso Escalero ha volcado aquí su experiencia rodeado de otros testimonios de extraordinaria lucidez, en una edición, cuya intensidad fotográfica y textos la convierten en una auténtica joya sentimental, más allá de un libro de hermosa belleza plástica, dramática, desgarradora, poética, sublime.
Conocemos de antemano los pormenores de algunas de estas historias. Supimos desde los primeros días de la contribución altruista de este equipo de voluntarios fotógrafos y artistas audiovisuales que anoche se asomaban a National Geographic y que habían puesto sus bártulos, sus drones y su tiempo al servicio de las víctimas del ocaso de Cumbre Vieja. Ellos fueron los que calmaron el mal de lava de aquellos días a tantísimas familias desalojadas, a cuya pregunta, ¿sigue en pie mi casa?, no podían responder las autoridades, sino los drones de I Love The World, que sobrevolaban las riadas de fuego de la montaña y traían noticias consuelo o imágenes desalentadoras. Escalero, que se convirtió en los ojos de todos en aquellas horas a oscuras, recuerda una misma respuesta en boca de muchos desengañados ante la destrucción de su hogar: “Gracias, ahora ya puedo continuar con mi vida”.
En las páginas de este periódico nos preguntábamos a diario qué dicen las fotos de I Love, por dónde va la lava y qué pueblos siguen en pie. Miles de palmeros se acostaban esas noches rezando para que su chozo mereciera el indulto de los condenados. Así celebrábamos los goles que el destino marcaba al volcán: aquella casa de la esperanza, que sobrevivía en su oasis ajena al diluvio de llamas. Muchos hogares se salvaron en una suerte de arca de Noé. Otros, como el de Amanda, se hicieron míticos al salirle un cráter en el jardín…
Las otras historias del volcán son las de la trastienda donde cada día se desmoronaban decenios de vivencias familiares sepultados por la erupción. Este libro es el memorial de una tragedia y la prueba fehaciente de que la solidaridad, un modo de dar sentido a la vida cuando se desvanece, es lo único que se salva de la quema.

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