tribuna

Oswaldo Brito

Oswaldo fue un hombre entregado a todo lo que hacía. Estuvimos juntos en el Ayuntamiento de La Laguna. Fue el tiempo en que creé la Gerencia de Urbanismo y él impulsó en paralelo la Unidad de Patrimonio, con la incorporación al Cicop, que tanto significó a la hora de obtener el título de Patrimonio de la Humanidad para la ciudad. Oswaldo era un trabajador incansable. Quiero recordar un viaje que hicimos a Brasil con motivo del hermanamiento con Sao Paulo, por causa del padre Anchieta, fundador de aquella gran urbe, capital de un Estado con tantos habitantes como España. Estando en Río, un día nuestros compañeros hicieron una excursión a las islas salvajes, pero Oswaldo y yo no fuimos, aprovechando para hacer una visita al Archivo Nacional. Iba en busca de nombres de canarios que después de la independencia de Argentina habían emigrado al recién creado imperio brasileño. Eran funcionarios de la antigua administración española que se incorporaban a la del país vecino, donde el grito de Yara se produjo unos años más tarde. Aquí se demostraba la importancia de la gente de las islas en el continente americano. Un tiempo antes, estando de alcalde accidental, recibí en La Laguna a una delegación de la embajada de Uruguay que venía a implantar una estatua de José Gervasio de Artigas, hijo de lagunera y fundador de la ciudad de Montevideo. Esa mañana disfruté con Oswaldo en aquel edificio del Río de Janeiro antiguo, en medio de los grandes libros de registro, para tratar de desentrañar los rastros de nuestros paisanos que tanto aportaron a la colonización. Oswaldo, antes que nada era un historiador y aprovechaba cualquier tiempo para dedicarlo a la investigación. Cuando me propuso acompañarle no dudé en aceptar, mientras Isabel y María Elda se fueron en un barco a visitar unos islotes tropicales. Recuerdo nuestras Comisiones de Gobierno, donde los dos llevábamos la voz cantante de lo que allí se aprobaba. Siempre fue una delicia compartir con él, porque era una persona culta, educada y dialogante. Realmente hice pocos amigos en mi trayectoria municipal. Uno fue él, sin duda alguna, el otro, Juan Carlos Alemán, un socialista sobrado de humanidad con el que coincidimos los dos. Era un tiempo de lujo. Creo que la mejor corporación que ha tenido La Laguna. Se hicieron cosas importantes que hoy están ahí. Oswaldo, como todas las personas de valor, jamás hizo alarde de las cosas que hacía. Nadie le pondrá una calle ni una plaza, pero en el recuerdo de los compañeros que le conocieron y de los funcionarios que coincidieron en su gestión estará siempre el respeto más profundo a su integridad, su honestidad y su eficacia. Esto es mucho más valioso que los procedimientos previstos en el Reglamento de Honores y Distinciones. Oswaldo estaba a años luz de toda esa gente que figura en las placas y en las estatuas. Desde esta humilde página convoco al homenaje de la sinceridad, el que no necesita de oropeles ni falsas hojas de laurel. El reconocimiento de lo bien hecho. Creo que con eso le basta y le sobra. Es una lástima que siempre nos faltan los mejores.

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