tribuna

Sin prensa es más difícil

Va a ser verdad lo que dice Sánchez de que la prensa se le ha vuelto en contra. He hecho una excursión por los distintos medios, desde El País y Público, hasta La Vanguardia y ABC, y en ninguno de ellos he visto una alabanza excesiva a su intervención en el debate de ayer. Todo el efecto que se pretendía alcanzar con la descalificación contenida en la segunda parte, a la que algunos denominan “el estado de la oposición”, se ha quedado reducido al abuso del tiempo empleado por uno y otro, y a su cumplimiento estricto urgido de manera insistente por el presidente de la cámara, Ander Gil. De la primera parte, la referente a las tres incertidumbres que se ciernen sobre nuestro futuro inmediato, nada se dice, quizá debido a la reciente negativa de Macron y de la Comisión europea al desarrollo del proyecto del gaseoducto que atravesaría Francia para ayudar a Alemania. La incertidumbre sigue siendo una incógnita para la comunicación política cuando en realidad es una ciencia casi exacta en el campo de la mecánica cuántica. No parece transmitirse demasiada confianza cuando se asegura que no sabemos lo que va a pasar, pero en cualquier caso defenderemos a la clase media trabajadora. Se dice que Feijóo no ha tenido tiempo para colocar su mensaje, pero yo creo que no le hacía falta demasiado para anunciar el plan que presenta, desautorizando el argumento de que no tiene ofertas, y machacar sobre la misma piedra cuando ofrece un pacto con la condición de que el presidente cese a los ministros que no ha nombrado. Me da la impresión de que alguien no ha aprendido la lección y piensa que la solución está en arrimarse más a la izquierda, alejándose de la opción moderada del centro, que es donde están los votos. No sé si esta es la posición que conviene a los barones que tendrán que vérselas con las urnas dentro de unos meses en sus respectivas circunscripciones. Me da la impresión de que no. Hace tiempo que la reacción de Moncloa es denunciar un contubernio formado por prensa, jueces y empresarios que tienen como objetivo tumbarlo del Gobierno. Hacer esta división radical de la sociedad española es peligroso, porque parece suscribir el anuncio de Yolanda Díaz de echarse a la calle en un proceso revolucionario contra todos los poderes fácticos. Hasta ahora, la socialdemocracia española había convivido con esta realidad, y yo diría que había convivido bien. Es la primera vez que se abre esta brecha que hace ingobernable a un país, entre otras cosas porque esas afirmaciones no obedecen a la verdad. Una parte de la prensa dice que el jefe de la oposición se defendió, pero ninguna asegura que fue arrasado. Quizá en esto se encuentre la justificación de que los medios están comprados por las energéticas, incluyendo a Antonio Miguel Carmona como vicepresidente de una de ellas. El recibimiento, que se esperaba triunfalista sobre el resultado del debate, pasa hoy sin pena ni gloria en los titulares, y hasta el editorial de El País lo trata como algo escasamente trascendente. En definitiva, no ha servido para recuperar nada. Quizá Feijóo no es tan empático, pero eso no es lo que se pretende vender, o no es lo que España necesita. Tampoco se trata de poner en competencia los gramos de testosterona de cada cual cuando lo que se reclama son soluciones de otro tipo. Ayer hice un bosquejo a vuelapluma de una visión global. Hoy me limito a hacer el resumen de lo que valoran los otros, más autorizados e influyentes que yo para emitir un juicio sobre lo ocurrido en el Senado. Sinceramente esperaba más. Quizá sea verdad que los empresarios han comprado a los periodistas. El hecho es que tienen un buen paquete de acciones para influir en los consejos de administración de los periódicos, pero esto no es una novedad, ha ocurrido siempre. A qué tanta sorpresa.

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