por quÉ no me callo

El discurso de Zelenski en el Guimerá

El Guimerá es un teatro con una gran solera a sus espaldas centenarias que aprendí a valorar de niño como enseguida explicaré. ¿Qué significa el Guimerá para un lugar ultramarino como Santa Cruz a caballo entre dos mundos? Es la ventana del caravasar, una estancia de voces guardadas en su memoria de escena. El belvedere de Santa Cruz para mirar a lo lejos. No siempre a América. Un teatro es un lugar de encuentro y reuniones, de respeto y compañía, como dijo anteayer el dramaturgo Juan Mayorga. Al Guimerá hay que entrar siempre con una actitud reverencial, como exigen los músicos cuando se llega tarde; no es un sitio cualquiera.

En casi dos siglos se ha dicho y representado en su seno todo lo humanamente digno de inmortalidad que ha vivido esta ciudad en su diálogo con la historia. En el Guimerá ocurren cosas que trascienden e impresionan. Lo aprendí de su mejor biógrafo, Francisco Martínez Viera, masón y exalcalde republicano de Santa Cruz, autor de dos libros que vieron la luz cuando yo tenía 11 años y que leí devotamente como si fueran cuentos de la ciudad: El antiguo Santa Cruz y Anales del Teatro en Tenerife. Dos bestsellers locales en su momento. El segundo descifra la dimensión carismática que adquieren actos como el celebrado el jueves en la gala de los Premios Taburiente de la Fundación DIARIO DE AVISOS, cuando a la salida del teatro ya eres consciente de que acabas de presenciar algo, un hito, que no se te olvidará jamás.

Imagino a mi pariente don Francisco resucitando el pasado jueves para no perderse el discurso de Zelenski en su entrañable Guimerá, porque donde él está se corre de antemano esa clase de rumores, y se habrá llevado consigo la escena a sus aposentos celestiales para continuar revisando la historia exhaustiva del teatro que no tenía nombre hasta que murió Ángel Guinerá. Zelenski ha añadido otra medalla a la pechera de ese teatro en su frac de gala. Es la voz de un presidente en guerra, a quien las bombas no distraen de agradecer el premio a su pueblo de la Fundación DIARIO DE AVISOS en un país “casi a oscuras” donde “la luz de la victoria nos guía”, según dijo desde Kiev. El discurso de Zelenski en el Guimerá ya forma parte de la historia de Santa Cruz. Crece la leyenda del teatro, que es una caja de sorpresas.

La gala del jueves tiene un contexto. Como niños que temen al hombre del saco que vive en el Kremlin, escuchamos esa noche al presidente de un país amenazado de una guerra nuclear. El mismo jueves, el agresor -el hombre del saco- había advertido en otro discurso del “decenio más peligroso e impredecible desde la Segunda Guerra Mundial”. Al día siguiente, en otro teatro, el Campoamor de Oviedo, se entregaron otros premios, los Princesa de Asturias, y el rey Felipe VI, en su discurso, habló del lamento por el horror de la guerra de Ucrania.

Claro que Martínez Viera no se lo pudo perder y se ausentó de la tumba cuando coincidía con la cuenta atrás de la rehabilitación de su apreciado Templo Masónico de la calle Suárez Guerra, que recorría a diario para abrir la Librería La Prensa junto a su hijo, Paco Martínez del Rosario, mi tío político, que era barítono y habría querido compartir la charla que el mismo jueves mantuve en el Mencey con uno de los galardonados, Jorge de León. Hablamos de la técnica de Kraus y del don de fábrica de la voz, y se habría conmovido escuchándole cantar Nessun dorma, de Puccini.

Lucas Fernández, presidente de la Fundacion y editor y director ejecutivo del diario, abogó por solucionar un mundo a la deriva “cambiando pequeñas cosas”, como hacer periodismo con principios, en un momento intrigante, por cierto, sobre el controvertido mensaje de Elon Musk, “el pájaro está liberado”, tras comprar Twitter esta semana “por el futuro de la civilización”. Estamos en mitad de todos los debates: los geopolíticos y militares, los económicos e ideológicos y los relativos a la comunicación. Lucas Fernández abogó por que se cumplan los compromisos y citó el que contrajo en la edición anterior de erigir un monumento a las niñas Anna y Olivia, que hoy es una realidad junto al mar en la Plaza de la Gesta de Santa Cruz.

Es inevitable hacer comparaciones. El planeta que aún no se ha repuesto de la pandemia y se precipita por los derrubios de la inflación, la crisis energética, la recesión, y, Dios no quiera, el argamedón, necesita tener las agallas de los supervivientes de los Andes, a los que se les cayó el avión hace 50 años y pudieron contarlo. Carlos Páez, el más joven de los supervivientes del equipo uruguayo de rugby, premiado en esta oportunidad (el 13 de octubre de 1972 era hombre muerto a 30 grados bajo cero y lo puede contar), dijo que la esperanza no consiste en aguardar a que las cosas pasen, sino hacer que sucedan. Mencionó a Fernando Parrado, que salió a buscar ayuda cuando cesó el rescate, hijo de ucraniana, con lo cual quedaba todo dicho esa noche. Páez dedicó el premio al pueblo canario que fundó la capital de su paisito, Montevideo.

Debemos llevar más a menudo a los niños al teatro. “Vayan, aunque se aburran”, decía mi tío. La voz de Valeria Castro y el timple de Benito Cabrera, dos de los premiados, enamoran. La voz inconfundible de Pepe Domingo Castaño (80 años), apenado por un contratiempo de fuerza mayor que le impidió viajar, nos conmovió cuando dijo: “Este premio me hará más fuerte para resistir hasta que se me acaben las palabras”. Escuchar a Cristina García Ramos, a Manolo Vieira, a Juan Pelayo, a César Rodríguez Placeres (Centro de la Cultura Popular Canaria) y a Brigitte Gypen (Fundación Canaria Carrera por la Vida) en la galería de los galardonados, fue ir despertando recuerdos dormidos de cuanto uno confiesa haber vivido, como dijo Neruda: son espacios temporales que es verdad que no se parecen en nada a este, salvo en una cosa: el teatro es el mismo y la función continúa.

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