En la viñeta, publicada hace tantos años como han cumplido los vacíos o duplicidades competenciales, se podía ver a un paisano ahogándose en el río, y, mientras el lugareño gritaba, agitando brazos y manos con lógica desesperación, en la orilla, a derecha o izquierda, tanto da, un policía local, un guardia civil y un ertzaina se miraban unos a otros con gesto de interrogación, inmovilizados por la duda, atrapados en la maraña de las responsabilidades triplicadas, preguntándose sin pronunciar palabra cuál de los tres, policía local, guardia civil o ertzaina, tenía la competencia para tirarse al río y rescatar a quien esperando a que se pusieran de acuerdo terminó ahogándose. Aquella viñeta resume las lagunas normativas o el pasarse la pelota por parte de las administraciones. A ratos porque las dudas siembran confusión e indeterminación, y a veces por el ánimo de sacudirse una decisión despejando el balón hacia el tejado de las administraciones colindantes, el contribuyente, paisano, lugareño o vecino queda en tierra de nadie, solo en multitud, atrapado en una tela de araña de solicitudes sin respuestas. La viñeta del río y el renacimiento urbanístico y habitacional del Valle de Aridane fotografían los vacíos que acaban con muchos afectados del volcán de un lado para otro, de ventanilla en ventanilla, buscando qué gobierno, autonómico, insular o local, tiene criterio, coraje y competencia para poner el cascabel al gato de la planificación. No les será fácil. El principal problema al que se enfrentan los afectados por el volcán, y, en paralelo, el escollo que amenaza una definición inteligente, valiente y responsable de las soluciones en el ámbito de lo que se debe o no hacer, es la certeza de que a pocos meses de las elecciones las administraciones implicadas están a hacer lo que tengan que hacer para quedar bien, y bastante menos, poco, o nada, a hacer lo que realmente deben hacer para evitar desórdenes e improvisaciones que, como la mismísima lava, se incorporarán al paisaje del Valle por los siglos de los siglos. A ojos de los partidos no son meses para protagonizar decisiones antipáticas aunque sean las que con responsabilidad deben adoptarse. Que más de un año después los criterios urbanísticos y la planificación sigan reptando en la indefinición confirma que, rota la unidad de acción, los políticos prefieren tirarse los platos a la cabeza y ponerse de perfil para que el desgaste lo sufran otros. De aquí al mayo electoral los afectados se parecerán cada vez más al lugareño de la viñeta, gritarán y agitarán los brazos pidiendo definición y concreción con las administraciones evitando tirarse al río de decisiones tan difíciles como inaplazables.