después del paréntesis

Mineras

Se constata que ahora pueden hacer más de lo que hacían antes. Y por actuar como actúan sentencian que el empoderamiento es posible. En condición, la independencia, la autoridad y la autoestima se revelan. Y ello ocurre gracias a una aguerrida mujer, Rumbidzai Gwinji, directora de la empresa minera Zimbaqua, que ocupó a un grupo de treinta mujeres para trabajar en una mina en la localidad de Karoi, en Zimbabue, en busca de aguamarinas. La capacidad de enfrentarse estas mujeres a un oficio que tradicionalmente era de hombres enfatiza el acceso a un sueldo respetable y confirma el bienestar de sus hijos y de sus familias. Lo que disloca esta historia es los registros apañados sobre hombre frente a mujer. La cuestión no es asentar aquí los equilibrios (la igualdad, materia de algunos feminismos falsos), sino la diferencia en función del ser. Las mujeres dichas son mujeres y seguirán siéndolo; trabajar donde trabajan no implica que han de generar más músculos de los que tienen. Lo que atesora y destapa ese tesón es que son en oficio por lo que saben y pueden defender con satisfacción. En este punto, pues, la instancia misma de mujer hacia mujer. Lo acreditó Freud por sus encuentros con lo que llamó enfermedad-mujer. Y por ello programó. Para él la feminidad es una región misteriosa, inexplorada, un “continente negro”. Eso lo llevó a enunciar la pregunta concluyente, contra la evidencia de lo masculino: “¿Qué quieren las mujeres?”. Lo que sustancia el deslizamiento hacia lo femenino por el psicoanalista austriaco es su posición, la posición de macho. Y como macho no pudo entender, marcó la sustancial ignorancia. Pero este estadio de la cosa hoy queda disuelto; ya hace muchos años que las mujeres no necesitan que las definan, ellas lo hacen. En feminismo, las mujeres se identifican y encuentran su punto de acuerdo. Así ni la igualdad con los hombres ni la renuncia a su esencia y en objeción para instaurar su evidencia. Y la evidencia es lo que proclama. Y proclama la libertad, incluso la libertad de elección. También la actuación, no obstante la propiedad que prejuzgan los hombres. Lacan lo manifestó frente a Freud. Lo que sella el síntoma de la mujer es la preponderancia masculina, el hecho de que en historia se impusiera lo incondicional: ser mero objeto de intercambio, una sustancia en el orden simbólico y como tal presas del sometimiento. Eso no son y eso proclaman las curtidas mujeres que trabajan en las minas de Zimbabue.

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