el charco hondo

Putas

Dimensionar adecuadamente el estrepitoso fracaso colectivo que pone de relieve el episodio del Elías Ahuja requiere dar un giro a lo ocurrido, sustituyendo a unas mujeres por otras. Cambiando a las protagonistas puede analizarse algo mejor, con la crudeza que exige la violencia que han vomitado los estudiantes, el monumental problema que resumen éste u otros episodios que no trascienden. Si la noche de una tradición troglodita las habitaciones del colegio mayor Santa Mónica estuvieran ocupadas por las abuelas, madres o hermanas de quienes se reafirman comportándose como bestias, las abuelas, madres o hermanas habrían escuchado en boca de su nieto, hijo o hermano, putas, salid de vuestras madrigueras como conejas, sois unas putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea. Y, si fueran otros los que insultan de esa forma a sus abuelas, madres o hermanas, los del Elías Ahuja se darían cuenta, quizá, tal vez, o tampoco, de su patética pero peligrosa estupidez. Como suele ocurrir, la política barre para las casas respectivas, y, en esa línea, se detecta un interés mal disimulado por poner el foco en que los actores principales o secundarios son pijos para, a partir de ahí, tirar del hilo conductor y situarlos en consejos de administración de eléctricas, banca y cualquier otra referencia maldita, intentando arrastrar el incidente al relato de las dos españas. Tanto da si pijos o sin recursos, lo sustancial de la violencia verbal, probable antesala de lo que esas actitudes anuncian, es que quienes lideran algo así van camino de los veintitantos fracasando con personas, como hijos, hermanos, nietos o parejas, como amigos. El problema no es que sean pijos, es que son un fracaso que puede degenerar en arma de destrucción masiva. Si en vez de en un colegio mayor llega a pasar en un centro de inmigrantes (Enric González lo apuntó, con acierto) quienes intentan aminorar la gravedad apelando a contextos y tradiciones estarían incendiando calles y platós; pero, más allá de ese otro giro, la lección que debe extraerse es que el XXI lo van a vivir, entre otros, algunos chicos que atienden a patrones de siglos en los que intimidar, subestimar, agredir o machacar verbalmente a las hermanas, madres o abuelas estaba en la tradición, en el paisaje social. Cuando no tienes nada que dar, porque ignoras o huyes de tu vulnerabilidad, lo único que puedes intentar dar es miedo, que es lo que tú sientes -así de bien lo describe Roy Galán-. Como profesionales está por saberse, pero poco o nada puede esperarse de quienes se divierten llamando putas a las hijas, hermanas, madres o abuelas de hoy, ayer o pasado mañana, o de aquellas que, insultadas, le restan importancia a lo ocurrido.

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