tribuna

Vasile

Se anuncia el final de la era Vasile en Telecinco. Diez años con la misma fórmula en televisión son muchos años. Yo estuve ese tiempo presentando un programa en TVC, pero un programa solo dura una hora en la parrilla, y mantener a las mismas familias mudándose de plató durante las 24 horas del día es otra cosa. Yo creo que lo que se ha agotado es el desfile de personajes prefabricados que intentan reflejar el universo nacional, como si la vida en España girara en torno a los chismes de determinados clanes, en los que siempre están los mismos. El problema de Telecinco no es que haya perdido Pasapalabra, es que se agotó el filón que supone exprimir el limón con personas que están dispuestas a exhibir sus miserias en un pin pan pun que tiene su morbo en la sospecha de la telerrealidad. Los personajes se despellejan en directo, se divorcian en directo, se deprimen y lloran en directo y no se asesinan en directo porque esto supondría su desaparición y la consecuente muerte de la gallina de los huevos de oro. En ocasiones se utilizan venganzas en directo que dividen al país en partidarios y detractores, todo ello aprovechado, de refilón, por quienes pretenden hacer operaciones de ingeniería social. Nada dura eternamente, y menos en televisión. Telecinco, igual que ocurre en la política se erigió durante todo este tiempo en la cadena pujante y dinámica, donde el atrevimiento era su seña de identidad, preocupada en denostar a la competencia, como si se tratara de una oposición. A Antema 3 la llamaban la cadena triste, porque ellos ejercían el monopolio del gracejo y el desparpajo. Lo demás pertenecía al mundo del aburrimiento, de lo carca y lo tradicional. Se hacía exhibición de la transgresión como si fuera el exponente más rabioso de la modernidad y la progresía. Lo otro era lo pacato, lo estancado, lo que no se atrevía a mostrar el escándalo en su dimensión de normalidad. Estas cosas no pueden durar toda la vida porque en el mundo de las modas y de las costumbres los excesos terminan por pagarse. No se puede estar siempre en la cresta de la ola, porque la ola, por muy larga que sea, termina por desmoronarse deshaciéndose en espuma cuando llega a la orilla. Lo cierto es que en el último año, la competencia las ha superado en unos dos millones de audiencia, y esto supone un vuelco importante a la hora de establecer liderazgos y de medir cuáles son las preferencias de un país. Es cierto que mantiene la fidelidad de los incondicionales, esa gente que sigue a la farándula con los ojos cerrados, pase lo que pase y le cuenten lo que le cuenten, pero solo con eso no se llega demasiado lejos. Ha tardado un tiempo, pero al fin se termina reconociendo que hemos entrado en un cambio de ciclo. Algunos le echan la culpa a la pandemia y otros a la guerra de Ucrania, pero lo cierto es que aquí se anuncia una muerte de algo que se ahoga en su propio éxito. No sé por qué me está saliendo un análisis comparativo con otras situaciones que se niegan a reconocer su fracaso y se revuelven dando sus últimos coletazos, como si fueran una cadena de televisión a la que la parrilla de programación se le hubiera quedado obsoleta. Vasile se va y tiemblan los títeres a los que él manejaba como marionetas. Algunos adivinaron la que se les venía encima y salieron pitando a buscarse un sitio como influencers en el mundo de las redes sociales. También este territorio, falso y resbaladizo tiene sus días contados, cuando los usuarios maduren y descubran su escasa rentabilidad. La vida no es real desde que Platón ideó su dichosa caverna. La distancia entre la apariencia y la verdad es cada vez menor y una se solapa sobre la otra para confundirnos, porque parece ser que el estado permanente de confusión e incertidumbre es el ideal para tener controladas a las masas. Pues va a ser que no. Vasile se va. Pronto le seguirán otros y empezaremos una nueva era que, como es lógico, también acabará por agotarse tarde o temprano. En eso consiste la alternancia, en adaptarse al movimiento ondulatorio de la vida y de la energía.

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