Iván Redondo se descubre hoy como un profesional del vodevil. Se inventa un diálogo de Felipe con González en el que uno interroga al otro en cosas tan importantes como por qué ha vuelto. Da la impresión de que lo ha hecho siguiendo un impulso unipersonal, como lo hacen los dioses, recordando los tiempos en que lo llamaban así en el partido. Los dioses son como los viejos rockeros, nunca mueren, siempre están de pie esperando que se renueve la fiebre del sábado noche. Si fuera así sería el acto impecable de una resurrección milagrosa, que solo depende de la voluntad omnipotente del resucitado, pero va a ser que todo estaba preparado por otras manos. Lo que hay que saber es si el artífice de la reaparición acierta o se confunde en una acción a la desesperada tendente a la recuperación. Redondo se introduce a sí mismo en el monólogo dialogado para hacernos ver que son tres los que hablan: él, que escribe, González, que pregunta, y Felipe, que contesta. En fin, un lío del que es difícil salir si no fuera porque la estúpida presunción del cronista le obliga a introducirse en la trama hablando de sí mismo como de un estratega genial. En estos casos a las abuelas hay que dejarlas en el desván, entretenidas en sus bolillos, alejadas de sus brillantes nietos. Me estoy alejando del tema, pero lo que pretendo es centrarme en el ambiente con todos los detalles. Los detalles son muy importantes, incluida la soberbia de la infalibilidad en un tiempo de incertidumbres. Un Felipe actual va en busca de un antiguo González triunfador porque hay alguien que lo necesita. Quiere decir que regresa para salvar una situación sin que nadie se lo pida, porque el pedírselo denota debilidad por parte de quien lo hace. No olvidemos que cuando el pelotón al mando de Tom Hanks viene a salvar al soldado Ryan es para sacarlo de la guerra y devolverlo a su casa con su madre, nunca para fortalecerlo y así poder ganar otra batalla. Venir al rescate de alguien siempre es un poco aventurado porque denota que ese alguien no puede valerse por sí mismo. En las pelis de Superman siempre pensábamos, inocentemente, por qué el de Kriptón no asumía el papel de presidente directamente, en lugar de ser el que solucionaba personalmente la situaciones difíciles. Algo de esto está pasando con el retorno del Jedy. Lo más curioso es que el autor de la comedia, el propio Iván Redondo, se postula también como el gran solucionador. Este huevo quiere sal. Parece que su propuesta es que, entre él y el desdoblado Felipe González, que más bien recuerda a un relato de Italo Calvino, van a resolverle la papeleta a un tal Pedro Sánchez, al que no se nombra en la escena de salón, pero que parece estar detrás de todo. La pregunta es inmediata: ¿qué parte de Felipe es la que retorna, la divina o la humana? ¿Realmente habla dios con el hombre o son dos concreciones somáticas que han descendido a la realidad? En la época triunfante sorprendieron una conversación telefónica desde un coche en la que Almunia, o Benegas, no recuerdo bien, se refería al jefe como al supremo hacedor. Eran los tiempos en que los críticos advertían de que se podría morir de éxito. En el libro de Sergio del Molino se sugiere que esta divinidad era realmente humana y sufría depresiones como todo hijo de vecino. Revelar eso no está nada bien porque enseñar el flanco débil te deja a expensas de las críticas despiadadas de los demás. Como se recuerda en el libro, Omar Torrijos, ese dictador amigo que todos guardamos en el cajón le aconsejaba con la frase: “si te aflojas te afligen”. Yo creo que este último recurso de la ingeniería sociológica de Pedro Sánchez, bien mirado, lo sitúa en un insoportable nivel de minusvalía. Al menos parece acrecentar en sí mismo ese déficit de autonomía con el que acusa a sus contrincantes.