Parece ser que ERC aparca su exigencia de modificar el delito de malversación, desvincularlo de los presupuestos y plantear que se haga de manera quirúrgica, es decir: que solo sea aplicable a aquellas personas que hayan sido condenadas por causa del procés. Esto, aparte de ser un tremendo disparate jurídico, tiene dos inconvenientes en lo tocante al comportamiento político. En primer lugar, no se trata de un esfuerzo más para la pacificación de Cataluña, como se asegura en el argumentario de Moncloa, sino que es una demostración de que la estrategia independentista, basada en el chantaje, no ha variado desde que se inventó esa modalidad ideológica apoyada en lo local. El intento de convertirlo en interés general, como se hizo en el caso de los indultos, no es otra cosa que someterse a esa presión como algo inevitable. Tanto la extorsión como la explicación de doblegarse a ella son aspectos coyunturales, porque se transforman en actos heroicos por mor de una investidura.
Quiero decir que eran deleznables e inadmisibles (recordar las palabras de Sánchez en el debate electoral) antes de que la urgencia de un pacto de gobierno se hiciera presente. No voy a insistir en esto porque es de sobra conocido y, por lo que se ve, olvidado. El problema contradictorio consiste en arremeter contra la oposición para decir que con ella esta situación maravillosa de transigencia no se hubiera dado, y estaríamos ante el encono continuado provocado por un conflicto enquistado, como si la solución ante el comportamiento rebelde de una parte de la sociedad fuera un asunto de izquierdas o de derechas. Habría que preguntarse entonces qué fue lo que movió a los socialistas a apoyar el 155 que ahora quieren sacar del texto constitucional. En segundo lugar, y este no es menos importante, está el sacar del escenario a la malversación después de haber quemado a la totalidad del ejecutivo, incluida Margarita Robles, en la defensa de que si no te lo llevas para comprarte un chalet no malversas. Estamos ante la interpretación clásica de que la corrupción no existe sin no hay dinero por medio, olvidando que hay otros elementos para el tráfico sucio que nada tienen que ver con lo crematístico y, en ocasiones, son más escandalosos.
Al final resulta inútil sacrificar a ministros y ministras para defender lo indefendible. El ciudadano de a pie pensará si merece la pena seguir confiando en un Gobierno donde, todos a una, como en Fuenteovejuna o en Los tres mosqueteros, defienden actitudes que hasta ahora eran consideradas delictivas. Parece ser que en Podemos se han dado cuenta de este asunto y, a pesar de que Jaume Asens había optado por apoyar la operación (debe ser por su vinculación catalana) Echenique ha rectificado a tiempo haciendo ver el peligro que se corre con esta iniciativa. Sánchez en el G 20, a bordo del Air Force One, a la española, luciendo los colores azul y amarillo de la paz ucraniana, mientas sus ministr@s se las ven y se las desean preparando el ambiente de un desaguisado legal para conseguir alargar la legislatura hasta su presidencia europea. Ver a Rufián manejando el cotarro con su eficaz práctica parlamentaria y al minoritario Baldoví escenificando el pacto me recuerda la segunda letra de Clavelitos. Esa que decía: “Es triste y da pena ver/ a la mujer que uno estima/ tendida en un canapé/ con un hijoputa encima.
A veces pienso que con estas cosas no hace falta oposición, que es el propio Gobierno el que se la hace a sí mismo continuamente. Anoche vi a Tomás Gómez, un hombre sensato, reflexionar sobre el futuro del PSOE después de Sánchez. Difícil va a poder construirse un relevo desde el interior si en cada uno de los líos está implicada la totalidad del Ejecutivo. Me ha dado verdadera lástima ver a todos, todas y todes, defendiendo a la malversación en función de a dónde va a parar el dinero que se malversa. Este es el mismo argumento de los ERES, que viene a demostrar que los delitos, cuando son cometidos por los de casa, dejan de serlo.