Hace veinte años, en la plaza de toros de Vistalegre, en Madrid, los socialistas organizaron un mitin para celebrar el vigésimo aniversario de su histórica victoria en las elecciones de octubre de 1982. El PSOE era un partido remozado tras la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la Secretaría General, en julio del año 2000. Sin embargo, cuando Felipe González subió al escenario para hablar, una especie de éxtasis colectivo se apoderó de la militancia que estaba allí, sobre todo gente de edad avanzada. Tenían un nuevo líder de poco más de cuarenta años para intentar volver al poder, pero entonces no había nadie como González para activar el orgullo que sentían por los avances conquistados durante su Gobierno, todavía oscurecidos en la memoria española por la hegemonía conservadora de José María Aznar y por el terrible final de aquel Ejecutivo socialista, asolado por numerosos casos de corrupción y por la sombra del terrorismo de Estado.
Veinte años después, la situación es muy diferente Los socialistas gobiernan, pero su secretario general, Pedro Sánchez, ‘mató al padre’ González en 2018 para reclamar su autonomía y la de su generación para construir un nuevo proyecto político. La derecha, que conspiró contra el expresidente sin ningún límite, lo pone ahora de ejemplo para atacar a Sánchez. Y ya casi nadie discute que, con sus aciertos y errores, aquel primer Ejecutivo socialista de la joven democracia española, impulsó la modernización de un país hambriento por cambiar y parecerse al resto de los Estados europeos.
¿Qué propició aquella victoria electoral de 1982, nos preguntamos desde estas Islas que dieron al PSOE siete diputados en aquellas elecciones? En primer lugar, la reconstrucción de un partido que había estado casi ausente de la lucha antifranquista. En Canarias, Alfonso Guerra vino en 1972 para impulsar el encuentro entre los viejos socialistas de la II República, como José Arozena o Pérez Minik, y la joven generación, donde había gente como Jerónimo Saavedra o Gumersindo Trujillo, profesores de Derecho en la Universidad de La Laguna. El exdiputado Luis Fajardo, que entró a militar en 1973 y también daba clases en aquella facultad, destaca lo importante que fue el contacto con los viejos socialistas de pueblos como La Orotava, Icod, Arafo o Arico. “Eran personas con muy buena disposición hacia nosotros. Y tirabas de ellos y, como si fuera una ristra de ajos, salía un montón de gente joven. Aquellas estructuras familiares se habían convertido en depositarias de la memoria del PSOE”.
Fajardo se convirtió en el responsable de política municipal del partido en el congreso que los socialistas celebraron Madrid en 1976, un año después de la muerte Franco. Se hizo sin autorización legal pero con la tolerancia del Gobierno de Suárez, y estaban allí Willy Brandt, líder de los socialdemócratas alemanes, y Olof Palme, principal dirigente de la socialdemocracia sueca. “En la sede central del partido, que entonces estaba en Santa Engracia, se hablaba francés en el departamento que dirigía Carmen García Bloise, que era la secretaria de Administración. Ella había huido con su padre a Toulouse de pequeña, y se trajo de allí a una serie de colaboradores que, cuando usaban el español, lo hacían con acento francés. Eso refleja un poco lo que pasaba entonces y cómo fue la entrada del partido en la legalidad, de dónde partíamos”, explica Fajardo.
Si las primeras elecciones generales, las de 1977, fueron un subidón para el PSOE, pues se convirtieron en el primer partido de la oposición, con 118 escaños, y evidenciaron que había una arraigada memoria socialista en la sociedad española, las generales de marzo de 1979 fueron una decepción, pues algunas previsiones apuntaban a una posible victoria y los resultados casi calcaron los de las anteriores. En el último momento de la campaña, Adolfo Surárez había agitado el miedo al marxismo y le funcionó la estrategia. En mayo de ese año, durante el XXVIII Congreso del PSOE, Felipe González pide al plenario que el partido renuncie al marxismo como elemento fundamental en la definición del socialismo y dimite tras el rechazo a su propuesta. En un congreso extraordinario de septiembre, vence la tesis de González, que vuelve a la secretaría general, muy reforzado. En la candidatura contraria, partidaria de la definición marxista, la persona propuesta para la Secretaría de Organización era Jerónimo Saavedra. “Eso no se cita mucho, pero quizá sea parte de mi espíritu independiente. Por eso nunca fui muy guerrista. En las votaciones de aquel congreso extraordinario, notaba que algunos me miraban un poco raro. Pero yo siempre he defendido el marxismo como método de estudio y de explicación”.
“Aquello fue un proceso traumático, pero también era un parto natural que no podía ir para otro lado. La sociedad española no iba a pedir un PSOE con máximas super-izquierdistas, sino un partido socialdemócrata como los europeos”, afirma Fajardo. El exdiputado Antonio Martinón, que fue dirigente del Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván hasta que confluyeron en el PSOE, en 1978, asegura que aquel órdago de González “supuso algo muy importante para su liderazgo” ante la sociedad. “Me parece que mucha gente pensó: ‘Este tipo no es un cualquiera, es capaz de echarle un pulso al partido por algo con lo que no traga’. Y creo que también le quitó al PSOE mucho rollo casposo”, asegura. “Esa apertura ayudó a que gente como nosotros entrara en el PSOE”, asegura la exdiputada María Dolores Pelayo, que formaba parte del sector socialdemócrata de UCD, liderado por Francisco Fernández Ordoñez.
“No creo que aquel proceso fuera una cuestión determinante en la victoria del 82”, afirma Jerónimo Saavedra. “El problema ideológico no influía más que en determinadas élites. Creo que tuvo mucho más que ver con el 23-F, en un país donde las fuerzas armadas venían de donde venían y seguía la cuestión terrorista. El día después de las elecciones, mucha gente que siempre había votado comunista reconoció que lo había hecho por el PSOE para consolidar la democracia. Porque había que seguir cambiando”.
Para Luis Fajardo, una cuestión clave en esa victoria fue el trabajo de los alcaldes socialistas que llegaron al poder en las elecciones municipales de abril de 1979, en cuya campaña trabajó a destajo bajo el mando de Alfonso Guerra. “Eso fue lo que nos puso en el territorio. Nosotros estábamos en la universidad, en los grandes centros obreros y en ciudades grandes y medianas, pero en España había 8.000 municipios. Y en esas elecciones, para gran sorpresa de muchos, conseguimos presentar listas en 3.500 municipios. Esos alcaldes socialistas, desplegados por todo el territorio, contribuyeron a favor del partido con su gestión y quitaron miedo a mucha gente”, explica. “Muchos se dieron cuenta de que no éramos una panda de locos, sino gente responsable que sabía gobernar. Sin duda, aquello fue un salto importante para todos nosotros”, concluye Martinón.
Días antes de las elecciones de octubre, cuenta Luis Fajardo, Alfonso Guerra, que era el ‘mago’ de las encuestas, anticipó en una Ejecutiva que sacarían 202 diputados, para incredulidad de muchos. Martinón, que entonces era secretario general del PSOE de Tenerife, dice que se podía oler una victoria amplia en el mitin que dio González en la plaza de toros de Santa Cruz días antes de votar, lleno a rebosar. Ese 28 de octubre, Saavedra, que iba candidato al Congreso por Las Palmas, tuvo que hacer un ‘duelo’ rápido tras descubrir que le habían robado unos dos mil vinilos que tenía guardados en una casa de Tafira Baja que había sido de sus abuelos: no había nada que hacer para solucionarlo y la política mandaba.
41 días después del 28-O, el nuevo presidente del Gobierno visitaba un acuartelamiento militar de la División Acorazada Brunete en Colmenar Viejo, Madrid. Poco antes de las elecciones, se había desmantelado otro intento de golpe de Estado. Pero ahí estaba González, con su abrigo oscuro, ejerciendo sus funciones acompañado del ministro de Defensa, Narcís Serra. “Para mí, aquella fue una imagen muy importante. Fue como decir: ‘Hemos venido a gobernar, también al Ejército’. Pero no desde la venganza, sino asumiendo la responsabilidad que teníamos”, reflexiona Martinón.
Desde Canarias estaba pendiente el desarrollo del Estatuto aprobado en agosto de 1982 y buscar el mejor modelo de entrada en la U.E, entonces CEE, un tema que provocó un intenso debate en las Islas entre quienes querían una integración total, quienes apostaban por un modelo que permitiera mantener el espíritu librecambista de los Puertos Francos y quienes buscaban una fórmula intermedia. “Felipe tenía una solución distinta para nuestro encaje en la U.E, pero no fue aceptada por Canarias, así que se negoció la propuesta que vino del archipiélago. Lo dijo él. Está en el Diario de Sesiones”, cuenta Saavedra, que fue presidente del Gobierno con el Parlamento provisional que establecía el nuevo estatuto y continuó tras la amplia victoria socialista en las autonómicas de 1983. “El interés de Canarias por la política internacional española no solo se centró en Europa, sino que tenía que ver también con nuestra historia particular y con nuestra posición geográfica, junto a Marruecos y el Sáhara. Y el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, conocía bien los problemas de Canarias. De hecho, les dedicó una parte en un libro que escribió sobre política exterior de España”, asegura Martinón, que fue vicepresidente con Saavedra durante un breve periodo.
Para Saavedra, el momento de mayor tensión con el Gobierno central durante su etapa de presidente se produjo con el ministro de Obras Públicas, Javier Sáenz Cosculluela, a quien solicitaron, durante un encuentro con los medios en Las Palmas, que financiara la prolongación de las autopistas del sur en Tenerife y Gran Canaria y el acceso a Las Palmas por la zona de El Rincón. Cosculluela respondió, “con su guerrismo latente”, que las competencias de carreteras eran de Canarias. Y Saavedra le recordó que el Estado estaba financiando una autopista en Mallorca. Desairado, Cosculluela llevó el tema a un comité federal del PSOE, afirmando que le habían hecho una encerrona. Pero Saavedra consiguió la inversión durante un almuerzo con González en la casa de su hermana en Sevilla. Comieron pescado.
De aquellos años hay también sensaciones agridulces y recuerdos amargos. Martinón recuerda lo “duro” que fue el enfrentamiento con la UGT, el sindicato ‘hermano’, especialmente con la huelga general de 1988, aunque considera que, a la larga, fue positivo que cada uno desarrollara su propia autonomía. “Nicolás quería marcar la política del Gobierno en ciertos asuntos, pero el presidente era Felipe. Y el que gobierna, gobierna”. También se pregunta si no hubo cierta falta de tacto a la hora de encarar la reconversión industrial. Pero Fajardo, que entonces no la terminaba de entender, asegura ahora que, con el tiempo, se dio cuenta de que había sido mucho más “social” y sensible con los trabajadores que la que se produjo en otros países, como Reino Unido, donde quedaban “aplastados” por las empresas que caían. “Yo creo que fue necesario para modernizar la economía”, afirma. Lo que sí quedó pendiente, sostiene, fue la reforma administrativa para acabar “con esos males de la burocracia española. Teníamos el poder para hacerlo en la primera legislatura. Yo se lo dije varias veces a Felipe, pero él me decía que no se podía hacer todo al mismo tiempo, y que en ese momento estaba por delante el tema de la economía. Lamentablemente, es un tema que sigue pendiente”.
Como gran disgusto quedó la corrupción, que Martinón no podía creerse. “A mí me cuesta dudar de la honradez de un tipo que está en un cargo”, confiesa. “Estuve de diputado en la última legislatura. Y fue muy duro ¿Cómo es posible que pusiéramos a un golfo como Luis Roldán de director general de la Guardia Civil?”, se pregunta. Pero no cree Martinón que el Gobierno socialista organizara los GAL, a pesar de que el Supremo condenara a José Barrionuevo, exministro del Interior, y Rafael Vera, exsecretario de Estado de Seguridad, por el secuestro en Francia de Segundo Marey, un ciudadano francés al que unos mercenarios confundieron con un dirigente de ETA. “Yo creo que el GAL preocupaba más a los más puros en temas de Estado de derecho, pues ETA seguía siendo el gran problema. Pero lo de la corrupción afectó mucho”, afirma Saavedra, que fue ministro de Administraciones Públicas y de Educación en el último Gobierno de González.
A Luis Fajardo todavía le duele la ruptura entre Felipe González y Alfonso Guerra. “Todos estuvimos tocados por aquel divorcio de dos que yo creo que se siguen queriendo, como demostraron, el otro día en Sevilla, las palabras de Felipe diciendo: ‘Trato de buscar, y lamento no conseguirlo, a este personaje singular que levantaba mi mano en la ventana del Palace, que era Alfonso Guerra’. Yo creo que muchos se lucraron de ese divorcio, lo provocaron y lo alimentaron para ir contra Alfonso”.
González no encontraba a Guerra en el mitin de Sevilla que celebró el PSOE para conmemorar la victoria del 82 porque su exvicesecretario general rechazó ir después de que lo invitaran formalmente a última hora. Hay una tensión evidente entre una parte del PSOE de aquella época y la dirección actual. No es el caso de Martinón, que asegura que este PSOE es diferente al del 1982, “igual que el del 82 era distinto al de Pablo Iglesias. Los tiempos cambian y estos chicos están haciendo lo que creen que hay que hacer en un momento especialmente difícil”. Saavedra, sin embargo, considera que ahora hay un modelo “cesarista” de partido que va contra los procedimientos democráticos y reduce la discusión política interna. “Yo creo que las políticas de este Gobierno son buenas, pero no estoy de acuerdo con la forma de organizar el PSOE”. Algo parecido piensa Luis Fajardo, que recuerda los comités federales donde él participaba e iba pertrechado de documentos para responder a sus compañeros. “Uno iba allí como a una reválida. Hoy en día, los comités regionales o federales se montan para la televisión y nada más. Eso que había antes ya no existe”.
“Pero esos males que usted describe no son solo del PSOE, son de la política”, le digo a Luis Fajardo. “Sí, sí,sí”, repite tres veces, como si se hubiera quedado pensando con lo que le he dicho. “Y por eso, muchos estamos muy preocupados”.