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Castillo

Un tipo que va a votar a caballo, con un sombrero mayor que él incrustado en su cráneo vacío no puede ser presidente de un país. Y es lógico que acabe como acabó Castillo, dándose un golpe a sí mismo, como hizo su colega Fujimori, un gran especialista en golpismo de estado a la carta. Castillo es muy bruto, siguiendo la estela de los brutos de la izquierda que se cuelan en los gobiernos de Hispanoamérica, frente a una derecha generalmente militarizada, cruel y despiadada, que odia la democracia. Castillo no es que sea tonto o listo, es que lo suyo es la personificación de la idiotez. Unos dicen que se cargó como un chuzo antes de dirigirse a la nación y de enfundarse el enorme sombrero que le tapa las escasas neuronas de que disfruta. Le quitaron el mando y, mientras el fiscal general tomaba nota de la cosa, él leía una revista, como si estuviera en la consulta del dentista para hacerse una endodoncia. Si existieran endodoncias cerebrales habría que ejercitarse con Castillo. Cuando fue elegido, yo dije, no sé si públicamente o sólo para mis adentros: “Este no dura”. Y, efectivamente, ha durado lo que un dulce en la puerta de un colegio. Con esa pinta uno no puede ser presidente ni siquiera de una comunidad de vecinos y está claro que lo que la Naturaleza no da, Salamanca no presta. Castillo está ahora en la misma mazmorra que Fujimori, un japonés metido a peruano, que se hizo un Cristo a sí mismo y otro al país. Mala suerte para el Perú desde que los españoles le mamaron el oro; es decir, una mala suerte perpetua. Ahora Castillo ha sido declarado como portador de una incapacidad permanente para gobernar. Yo creo que el secreto de su mala suerte está en el puto sombrero.

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