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Flojera navideña

Me ha entrado la ñoñería navideña, la flojera, y me he puesto, en Netflix, a ver películas de elfos, papa noeles reales y ficticios, desamores arreglados con sobresaliente y otras minucias. Creo que les he dicho que después de la pandemia soy otro, física y mentalmente, así que escribí unas memorias blancas, hago entrevistas blancas y redacto artículos blancos. Será difícil que vuelva a pisar un juzgado como imputado por un delito de opinión. O sí, que esto nunca se sabe porque las trampas saduceas que te tiende a ti mismo esta profesión son muy relevantes. Parece mentira que dos años de reclusión domiciliaria hayan cambiado tanto a un guerrillero de la pluma como dicen que era yo. Pero lo noto. Antes detestaba la Navidad y ahora me encanta y hasta he colocado en mi casa, yo, que no soy creyente, el portal de madera de pino del Monte de los Olivos que compré en la tienda de los famosos Hermanos Zacarías, en la ciudad de Belén. Sólo me falta ponerle un foco para que Mini y yo podamos tomarnos, como Dios manda, el champán –ella sólo un sorbito— el día 24 de diciembre por la noche, soportando los improperios de los borrachos que golpean los cajeros de la Caixa, frente a mi balcón. Una vez se dispararon y comenzaron a soltar dinero como locos, pero los afortunados tuvieron que devolverlo. No es un cuento de Navidad, ocurrió de verdad por un fallo informático. Si Mr. Scrooge se hubiera apuntado a esta época habría perdido la razón, antes de convertirse en bueno, y Dickens tendría el anti cuento, esta vez relacionado con un fallo de los sistemas sofisticados de la banca. Cada vez está más cerca la Navidad. No dejen de creer, se lo dice a ustedes uno que no cree.

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