tribuna

La amenaza antidemocrática

Hoy escribe Marta Peirano en El País algo con lo que estoy totalmente de acuerdo. Es un aviso en el que insisten muchos. Hasta Felipe González lo ha dicho en una entrevista reciente. “Cuando permitimos que se trate con desprecio en las sesiones del Congreso, las ruedas de prensa, las tertulias, podcasts y columnas de opinión, las instituciones diseñadas para garantizar el bienestar de los ciudadanos se ponen al servicio de aquellos que la quieren destruir. La confianza en las instituciones es uno de los principales indicadores de la salud y el potencial económico de un Estado. Si no aprendemos a responder con un tono político e informativo capaz de cambiar el desprecio y el revanchismo por emociones más reparadoras y constructivas, las fuerzas antidemocráticas gobernarán el país”. La única pregunta que se me ocurre es si no lo están haciendo ya. Felipe González asegura que esa división solo se presenta en la clase política y no en la sociedad, pero que existe el peligro de que ésta sea contagiada. De paso habla de la improcedencia de eliminar el delito de sedición y de las leyes que nacen de culo, como la del solo sí es sí, que debe ser rectificada inmediatamente. El presidente de Aragón llora sobre la leche derramada cuando dice que hubiera preferido como candidato a Javier Fernández en el momento en que dimitió Rubalcaba. “Otro gallo nos hubiera cantado”. Hay mucha gente que piensa como ellos, dentro y fuera del partido. No hay que enumerar la larga lista de situaciones que han ayudado a que los ciudadanos pierdan la confianza y muestren un íntimo desencanto con la política. Siempre estará la calle para desmentirlos, esa donde Yolanda se tropieza con algunas personas (no se sabe cuántas) que le dicen lo que tiene que hacer. Siempre en política se cae en la tentación de hacer caso de lo que te dice la señora del colmado donde vas a comprar cada semana. Lo mismo le dirá a todos solo con la sana intención de no perder los clientes. Yo salgo poco. Hace unos días me eché a la calle en una de esas mañanas luminosas de La Laguna. Varias personas me pararon y todas coincidieron en que me leían habitualmente y que estaban muy de acuerdo con lo que escribía. Yo hubiera sido imbécil si confundiera esas opiniones con las de la generalidad. La democracia consiste en eso: en que unos estén de acuerdo y otros no, pero que todos nos saludemos con respeto al encontrarnos en una esquina. Es cierto que en los últimos días se está subiendo el tono en los debates y se llegan a decir cosas muy gordas que luego son repetidas por los partidarios de cada bancada como si fueran loros. En las tertulias, los partidarios de Irene Montero no se cansan de repetir que lo de la cultura de la violación es un concepto creado en el seno de Naciones Unidas; la ONU, para entendernos. Por lo tanto, acusar a alguien de promover eso es aplicarle simplemente una terminología intelectual que solo la torpeza de algunas señorías hace que sea rechazable. Aquí habría que aplicar el refrán de el que se crispa es porque ajos come. El verbo crispar hace muchos años que se utiliza en política, igual que el consabido “no se ponga nervioso”. Los parlamentarios están hartos de usarlos en sus debates para después irse a tomar el café todos juntos, en amor y compaña. Luego la semilla se esparce por el resto de la sociedad. Unos se la toman en serio y otros no. Los más, predican para que los antidemocráticos sean los otros. De momento, según dice Marta Peirano, hay que bajar el tono para que los antisistema no nos gobiernen, como si no lo estuvieran haciendo ya.

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