tribuna

¡Muera la inteligencia!

Pedro Castillo es un maestro pintoresco que fue a votar subido en un caballo y luego se invistió con un sombrero chotano y la banda con los colores de la bandera de su país. No es la representación de Perú, pero sÍ de una izquierda tropical que clama por la reivindicación de los pueblos indígenas. No era fácil hacerle una moción de censura, porque para ello se necesitaban los dos tercios de la cámara legislativa, pero su torpeza y su impaciencia le llevaron a precipitar su caída al dar un golpe de Estado sin contar con los apoyos que hay que tener. Fue un suicidio, y consiguió que 110 diputados, de 130, votaran a favor de desproveerlo de su cargo presidencial. Entonces se hizo un Puigdemont y se dio a la fuga para refugiarse en la embajada de Méjico, pero el pueblo se lo impidió y resultó finalmente detenido. Esta es, a vuela pluma, la historia de lo ocurrido en las últimas veinticuatro horas, unos acontecimientos que se estaban fraguando hacía varias semanas. Las razones de su caída son más profundas: era sospechoso de corrupción y había sumido al país en una inestabilidad insoportable. Sus amigos hablan de acoso de la fiscalía y de una persecución por parte de los jueces, que es el mismo argumento esgrimido por los seguidores de Cristina Kirchner, denunciando un enfrentamiento entre el poder ejecutivo y el judicial. Igual que en España, ese es el problema de fondo, porque también llaman fascistas y machistas a los jueces que no están de acuerdo con el ajuste constitucional de los proyectos revolucionarios.

Nuestro gobierno de coalición tiene una pata que simpatiza con estas corrientes, lo que no sabemos es si ahora hará una condena expresa de los hechos, se pondrá de perfil o se dividirá entre pitos y palmas, como en las plazas de toros. Con lo que consideran un ataque a la señora Kirchner han salido en tromba, igual que ella, que arremete contra los tribunales de justicia, todo ello en la defensa de la democracia. El golpe de Estado de Castillo también ha sido intentado en nombre de ese concepto sacrosanto; lo que quiere decir que el término sirve tanto para justificar una dictadura como a un régimen de libertad garantizado por un parlamentarismo consolidado en el respeto a las normas. Nosotros tenemos un híbrido, a caballo entre las dos corrientes. Por eso hay tan mal ambiente en el parlamento y surgen voces reclamando una convivencia que hoy se hace insoportable e imposible. El ambiente de revanchismo no es saludable porque acaba contagiando a toda la sociedad. Se recrudece la política de amordazamiento, se ataca a la libertad de los medios mientras se utiliza a los afines para hacer el ejercicio doctrinario de todos los días, se amenaza con cortar cabezas y, en ocasiones, se cortan, como la de Leguina que ha rodado por salir en una foto del año pasado con Isabel Ayuso y Nicolás Redondo.

Los viejos fantasmas de la lucha sangrienta contra Susana Díaz salen a relucir unos años después. Leguina ha sido uno de los mejores políticos socialistas y, aunque pierda el aprecio de la militancia actual, ganará con su prestigio la batalla tonta que mantiene con su partido. Era presidente de Madrid en la época en que yo estaba en la Comisión de Urbanismo de la FEM, discutiendo la Ley del Suelo que había redactado su consejero Eduardo Mangada, desafortunadamente tumbada por una sentencia del Constitucional referente a su ámbito competencial. No hacía falta echar a Leguina. Es sano tener a un sector crítico dentro de los partidos. Lo malo es cuando el sector crítico te supera en inteligencia y lo tienes que eliminar para evitar comparaciones. Entonces estaremos cerca de la frase atribuida a Millán Astray al dirigirse a Unamuno: ¡Muera la inteligencia! Cuando el otro dijo: ¡Venceréis pero no convenceréis! Aunque ahora parece que ninguno de los dos pronunció algo parecido. El gallinero sudamericano está soliviantado, esperemos que el tsunami no llegue a esta costa atlántica, aunque algunos coletazos de la tormenta sufriremos. Al menos, con lo de la ley del solo sí es sí, seguiremos culpando a los jueces y responsabilizándolos de todo lo malo que nos ocurre. Igualito que en Argentina y en Perú.

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