por qué no me callo

Se hizo historia, se hizo justicia

Sabía que Dios me lo iba a regalar, presentía que iba a ser esta”, dijo Messi tras proclamarse campeón del mundo, otra vez tierno después de trinar en el lunfardo de Maradona “¿qué mirás, bobo?”, que el argentino profundo designa providencial precedente de esta victoria.

Ahora que es inevitable hacer loas y apologías de Messi y recrear la mitificación de Argentina como pesebre de dieces divinos. Ahora, que estas Navidades cabe hacer todas las teorías y teologías de la réplica de astros que se clonifican mitos vivientes del fútbol, es fácil consignar a la letra M de los nombres de Maradona y Messi la predestinación de la palabra Mundial.

Quien mejor ha contado estos hechos en tiempo real ha sido el periodista Víctor Hugo Morales, el locutor y escritor uruguayo de 75 años, afincado en Argentina, que en Catar se ha despedido como relator de Mundiales el día que Messi se coronó campeón. Una vida de rapsoda de las transmisiones al abrigo de dos árboles tan célebres que le dieron sombra e inspiración como nuestro Matías Prats padre, que dijo aquello de “Zarra metió el gol en la portería y yo en la cabeza de los españoles”.

Morales se ha bebido dos Mundiales irrepetibles en nombre del periodismo de todas las latitudes. Sabemos quién es Messi, pero ¿este hombre quién es? Pasó 27 días en la cárcel por una pelea de futbol, fue perseguido por el régimen militar uruguayo y prohibido en antena. De ahí su exilio en la radio y televisión argentinas desde hace 40 años. Es el testigo de excepción de una fábula futbolística de las últimas cuatro décadas. Dios y el Mesías, así resume y condensa en el colofón de Catar.

El fútbol y su olimpo están ligados al periodismo con mayúsculas. En Canarias, los Víctor Hugo han sido los Xuáncar y Domingo Álvarez, los Galarza, Luis Padilla, Pitti, Juan Carlos Castañeda, Paco Fariñas o Chevilly, junto a otros nombres relevantes, como Salvador García Llanos, los pioneros Tinerfe, Álvaro Castañeda, Paco Álvarez, Carballo, Leolandia y Vigoal y cuantos admirados colegas me es imposible enumerar en esta revisión del género. En España, la existencia del fútbol y sus hazañas es incomprensible sin el nexo de la palabra con el balón a cargo de García, De la Morena, Paco González, Castaño, Carreño, Lama, Pedrerol… Han dado voz a un juego mudo, al mimo corporal de Étienne Decroux, al arte de la pantomima de Marcel Marceau, al teatro de la vida sobre el césped de un estadio.

No sé cuántas personas son más felices desde este domingo. Pero me incluyo en la nómina de los que lo son por descontado. E intuyo que hasta los detractores de Messi -por razones convencionales- han compartido la fiesta de millones de niños como mi hijo celebrando la victoria de su héroe, a la manera que dijo Valdano: “El que no quiere a Messi, no quiere al fútbol”. Sin estas gestas y sin notarios como todos los Víctor Hugo, no habría historia, no habría fútbol ni habría de qué hablar. Viva, por tanto, la conversación que trae consigo este acontecimiento feliz por mucho tiempo, para sacarnos de los últimos monólogos trágicos de la vida. Para cambiar el chip. Para darle la vuelta a este calcetín y que vengan las noticias halagüeñas de su mano. En mitad de la guerra y la barbarie, los niños sueñan esta Navidad con goles del Mesías. Es nuestra particular representación de La vida es bella, con Víctor Hugo y Messi como Guido y Guiosuè en la conmovedora cinta de Roberto Benigni.

Este ha de ser el homenaje al periodismo y al periodista que se hizo célebre relatando en México 86 el gol del siglo en el partido de la mano de Dios, que tenía este domingo otra cita con la historia en Catar. Y no defraudó. Los extractos de su transmisión para Radio Nacional de Argentina rezuman en el Lusail Stadium el mismo tono épico y poético de aquella bocanada de metáforas del Estadio Azteca 36 años atrás. Víctor Hugo, en el éxtasis del déjà vu, dijo, “si Messi dice adiós, nos vamos con él, te digo adiós y gracias, fútbol, no sé como pagártelo”, y se definió dichoso en el emirato “alejándose eternamente por el desierto”.

“Bendito seas, desierto, que nos acercaste los dioses, todos los dioses de Oriente para que hicieran este acto tan justo con los muchachos llorando y de rodillas ahí abajo”, empezó celebrando cuando Montiel marcó el penalti definitivo. Cuando los jugadores festejaban el triunfo final en el campo, declamó: “No se levanten nunca, muchachos, no se levanten más. Quédense ahí, abrazados a este césped, abrazados por las voces de la multitud. Quédense para siempre como estatuas, quédense para siempre en ese grito eterno del fútbol argentino campeón del mundo”.

El veterano fedatario de las sinuosas gestas argentinas se lamentó: “No era necesario llegar a los penales, pero cuando fue necesario también en eso la Argentina fue más que Francia. Pocas veces un campeón del mundo es tan legítimo. En escasas ocasiones, en contadas oportunidades se da que aparezca un Dios y diga, “lo justo es que gane la Argentina y que dentro de minutos Lionel Messi levante la Copa del Mundo”. El relator sentenció: “Es lo que quería todo el mundo del fútbol. Que Messi diga adiós con la copa del mundo en sus manos. Dios es Maradona y Messi es el Mesías.”

Las parábolas de este periodista son para enmarcar: “Había una vez un pibe en Rosario que creyó que merecía ser campeón del mundo”, comenzó su oda Víctor Hugo, “y frotó una lámpara y la lámpara le dijo salí vos, porque el genio sos vos y salió el genio con una pelota dominada en el empeine, y siguió caminando por la vida, y jugó un Mundial pero el genio no aparecía, jugó otro Mundial y todavía no se le daba”, prosiguió su fábula. “Pero siguió frotando la lámpara en ese cuento maravilloso que Oriente nos hace en esta noche hasta que un día, bajo estas estrellas de Catar, cerca de un desierto interminable que nos habla del infinito, Messi encuentra la eternidad que merecía. Lionel Messi es el más grande del mundo y otra vez Argentina se apropió de un campeonato del mundo”.

Messi pudo quedarse sin su jarrón si Dibu Martínez no salva en el minuto 120 su mano a mano con Kolo Muani, como le pasó a España en 2010 en la parada de Casillas a Robben. Y como la España de Del Bosque, la Argentina de Scaloni empezó perdiendo.

El Mundial sienta cátedra. Si Messi, con 35 años, hubiera perdido, habría tenido que ceder el testigo y la bisht (esa polémica capa) a Mbappé, que hoy cumple 24. Ahora, con los galones, ya comienza a debatirse entre expertos sobre el orden de prelación de la lista de los mejores, junto a Maradona y Pelé. En Catar se hizo historia, se hizo justicia.

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