Se va Serrat, se queda Sabina con poca voz, parece que todos se van, porque se tienen que ir. Si 2022 fue un drama, parece que 2023 lo será aún más, con tormentas solares que nos pueden dejar sin comunicaciones y con predicciones apocalípticas que van creciendo cada día. No crean nada de nada. Será lo que tiene que ser. Cuando entró en año 2000 parece que traía consigo la fin del mundo, que es una expresión que debería gustar mucho a las feministas, tan adorables. Detesto el pesimismo. La persona más optimista que yo conocí jamás fue mi padre, que era pobre como las ratas porque se lo gastaba todo, pero que vivió siempre como un marqués. Yo ando detrás de él. Hay que vivir con menos preocupaciones porque con menos preocupaciones viviremos más. Esto, que está científicamente demostrado, va unido a la no aparición de ictus y de otras sorpresas cerebrales que nos atormentan cuando nos preocupamos por cualquier cosa. Hagamos, pues, a 2023 mejor que 2022 y preocupémonos lo justo de las cosas que nos resulten importantes, porque probablemente no lo son. Es verdad que el mundo se ha vuelto más incómodo, sobre todo para los viejos, porque a pesar de que nos han quitado las barreras, cada vez crecen los trámites para todo y se desarrolla más una digitalización que no dominamos. Pasada la Navidad queda el final de año como fiesta más próxima. Pues en vez de seguir los putos tópicos no hagamos caso ni a consejos interesadas que aparecen en la prensa, ni a dietas alimenticias ni a cualquier tipo de represión y restricción. Se va Serrat, se fue Tricicle, se irá Sabina, pero queda lo que hicieron, que no fue poco. Pinten ustedes de azul sus largas noches de invierno.