tribuna

Últimas estimaciones

Titula hoy Iván Redondo, en su artículo de los lunes en La Vanguardia: “Euskadi y Cataluña adelantan la victoria del PP”. Quiere decir que, aunque no gane las elecciones en esas comunidades, si se dan unos mínimos, lo hace en toda España. Llega a unos comparativos con las situaciones del antiguo bipartidismo y asegura que ahora Feijóo obtendría unos resultados similares a los de Rajoy en 2015-2016.

Esto no significa demasiado porque volveríamos al punto de partida que dio origen a la crisis política que ha sufrido nuestro país: la de las investiduras fallidas, el no es no y la crispación como modus operandi. El sondeo que hoy publica El País, encargado por ese periódico y la cadena SER, viene a decir lo mismo. Es decir: que Sánchez recorta algunos puntos y que el bloque PP-Vox no alcanza para lograr la mayoría, con un resultado similar al que vaticina Redondo, pero mejor que el de 2019.

Las encuestas no sirven para mucho, porque hay alguien que se ha encargado de desproveerlas de toda credibilidad. Incluso existe una campaña que se dedica a decir que no les hagan caso porque están forzadas y no reflejan la realidad. Lo dicen unos de las de Tezanos y los otros de las de Michavila. Ni una cosa ni la otra. Redondo insiste en su teoría de que para gobernar hay que conseguir 140 escaños.

La pregunta es quién está más cerca de llegar a ellos, ¿el que se encuentra a menos de 10 o el que le faltan cerca de 40? Según lo visto, parece que ninguno de los dos. Cuesta trabajo ser ecuánime ante esta situación comprometida. Lo más probable es que retornemos al escenario menos recomendable de todos: el de los años previos a la moción de censura, aquellos en los que España seguía funcionando, a trancas y barrancas -los personajes del ahora denostado Pablo Motos- a pesar de la paralización de la actividad legislativa del Parlamento.

Ahora es todo lo contrario: se vaticina una actividad frenética para lo que queda de legislatura, armando todos los cuerpos legales del progresismo para que luego sean tumbados por los que vengan detrás. ¿Qué se consigue con esto? Nada. Más debate, más ruido y más lucha ideológica, pero que al ciudadano de a pie no le reportan demasiado beneficio. ¿No sería mejor buscar el consenso para que los cuerpos legales fueran algo más duraderos, en aras de conseguir una mínima estabilidad y confianza? Pero se ve que no, que esto no es posible y vamos a continuar con lo mismo hasta que el cántaro, harto de ir a la fuente, termine por romperse.

El debate electoral no debería presentarse en base a las posibilidades de repetir las actuales coaliciones, sino en evitar que se reproduzcan las mismas condiciones de aquel nefasto 2016, que hoy las encuestas y los cálculos de Redondo dicen que están a punto de confirmarse. Cuesta mucho trabajo mostrarse equidistante y volver a insistir en la gran coalición como la nueva experiencia para salir de todos los atolladeros, pero la situación se ha polarizado demasiado y la sociedad está a punto de caer en un punto de sopor que la hace incapaz de entenderla. Hemos pasado en los últimos tiempos por algunas operaciones fallidas. Todas ellas han demostrado que los movimientos para demoler a las dos grandes máquinas electorales, PSOE y PP, han resultado un fracaso.

Los intentos de sorpasos de Ciudadanos y Podemos, por la izquierda y por la derecha no llevaron a otra cosa que al desgaste de quienes lo pretendieron. El retorno al escenario de 2016 tendría como novedad que esto no se iba a producir. El resultado será el mismo, con el consabido resumen de: “He sabido leer a las urnas y esto es lo que han votado los ciudadanos”. La gran pregunta estriba en si lo que los líderes prometan en sus campañas los electores estarán dispuestos a creérselo.

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